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«El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión», en este momento recuerdo este fragmento de la película ‘El Secreto de sus Ojos’.
Siendo niña, solía acompañar a mi mamá a su trabajo. Como trabajadora social, ella dicta charlas sobre liderazgo y proyecto de vida. Recuerdo especialmente cuando, en una de ellas dijo que la pasión es ese algo que haríamos todos los días de la vida, incluso si no nos pagaran. Eso que mueve el alma, que nos transforma, que nos empuja a seguir adelante sin importar adversidades.
Esa enseñanza marcó mi forma de enfrentar la vida. Por eso he crecido amando apasionadamente todo lo que hago. Pero sobre todo - no es un secreto para nadie- mi mayor pasión es mi equipo de fútbol: Atlético Nacional. La cita inicial de esta columna es el diálogo en el que uno de los personajes explica que, aunque Racing (su equipo) llevaba años sin ganar un campeonato, él siempre lo seguiría porque “no se puede cambiar de pasión”.
Esa pasión, que seguramente comparto con muchos de ustedes, tiene la capacidad de estremecer a todo un país. El fútbol no es solo ver a 22 jugadores corriendo detrás de una pelota. Es un fenómeno que además de mover corazones, también mueve la economía. Según el Dane, el fútbol representa alrededor de 0,25% del PIB de Colombia (unos $4 billones). Aunque pueda parecer un dato pequeño, por ejemplo, para miles de comerciantes significa el sustento de sus familias.
El pasado jueves tuve la fortuna de viajar a Medellín para ver la final de ida de la Copa Colombia. Era la primera vez que veía a mi equipo jugar en su estadio. Ese día, sin duda, ha sido uno de los mejores de mi vida. Más allá de la emoción de estar allí y compartir con miles de personas una misma pasión, algo más me impactó profundamente. El sano desborde de una pasión compartida: al salir del estadio, casi dos horas después del final del partido, el tráfico seguía completamente colapsado y la ciudad estaba abarrotada de hinchas de Nacional, celebrando en las calles y en los comercios cercanos. Cero vandalismo.
El fútbol también transforma vidas. Durante mi viaje conocí a algunos barristas que contaron que veinte de ellos habían recibido una beca para estudiar gastronomía y, recientemente, habían terminado sus estudios. Esta oportunidad surgió gracias a programas sociales dedicados al barrismo, iniciativas que les mejoran la vida a jóvenes que no tienen muchas oportunidades.
Es cierto que, como toda gran pasión, el fútbol también trae decepciones. Sin embargo, como todo en la vida, hay que aprender a perder. Al final, son muchas más las cosas positivas que deja a la sociedad. Para algunos puede ser una banalidad, pero para muchos otros significa el sustento de sus familias. Sigamos promoviendo el fútbol y esperemos que pronto nuestro país sea sede de algún gran evento deportivo.