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“Todos tus, nuestros, vuestros asuntos diarios, asuntos nocturnos, son asuntos políticos. Quieras o no lo quieras, tus genes tienen un futuro político, tu piel tiene una tonalidad política, tus ojos un aspecto político”, Wislawa Szymborska.
Cursaba grado once, cuando en mi clase de Lengua, leí por primera vez el poema ‘Hijos de época’ de Wislawa Szymborska. El impacto que entonces me generó, sigue siendo hoy igual de poderoso porque ese poema me dejó una reflexión muy clara: todo, absolutamente todo, es político. Eso implica que -aunque lo desconozcamos-, todo lo que pensamos, decimos, y hacemos lleva una carga política e ideológica. Al final, somos lo que somos por el contexto de ‘la época’ en la que nacimos. Sin embargo, se debe separar el bello y abstracto concepto de lo que es ‘político’, de la banalidad de la ‘política’ y su contienda.
Lo primero, en términos románticos, si así puede decirse, es reconocer la influencia de las ideas, las creencias y las pasiones en nuestra identidad. En cuanto a lo segundo, hace referencia, más bien, a la contienda ‘política’ vista como una ‘pocilga’ en la que habitan muchos ‘cerdos’. Es decir, candidatos que, olvidando que son personas antes que candidatos, y con el ego más grande que el ‘corral de cerdos’, hacen hasta lo imposible para salir victoriosos, aún si eso implica pasar por encima de otros. Lo peor es que esa situación nos encierra a todos en otro ‘corral’ más grande, y por momentos nos hace anteponer la ‘política’ al amor por nuestra familia o amigos. ¿Desde cuándo importa más ‘por quién votó’ mi amigo que nuestra amistad?
¿Quién dijo que es más importante la ideología ‘política’ de la otra persona antes que su talento para, por ejemplo, componer canciones? ¿Por qué debo pretender que el futbolista, cantante o artista que sigo, piense igual que yo?
Muchos de mis artistas preferidos, por ejemplo, son personas que piensan radicalmente diferente a mí. Pero yo no los quiero por lo que piensan, sino por su talento para crear poesía o tocar la guitarra. Lo demás es añadidura.
Esa ‘pocilga’, en la que la sociedad lleva sumida durante miles de años, nos ha hecho actuar cada vez con más mezquindad en vez de humanidad. Nos ha enceguecido, poniéndonos ’viseras’, cual caballos, para hacernos creer que todo es ‘política’; y eso nos ha alejado del goce de grandes placeres de la vida, como por ejemplo disfrutar de una buena canción sin pensar si quien la escribió fue un comunista o un liberal.
En estas épocas navideñas, cuando se hace más importante abrazar a nuestros seres más queridos, salgamos de esa ‘pocilga’. Dejemos de lado la banalidad de la contienda electoral porque el amor es mucho más fuerte que una ideología. Quitémonos la ‘visera’ para empezar a admirar y valorar al otro desde su talento en vez de reducirlo a algo banal como una filiación ‘política’, porque aunque todo es político, no todo es política.