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El 2023 fue un año de ajustes para la economía colombiana que no estuvo exento de dificultades y aprendizajes. Luego de haber experimentado elevados crecimientos durante 2021 y 2022, con los cuales el país superó buena parte de los efectos generados por la pandemia, el año anterior trajo consigo una menor dinámica de la actividad productiva. Entre los factores que explicaron este comportamiento se encuentran: i) el menor crecimiento a nivel global, ii) los efectos de los necesarios incrementos a la tasa de interés sobre el ciclo crediticio y iii) la fuerte contracción de la inversión, afectada por el aumento del costo del capital y la pérdida de confianza de los empresarios.
El 2024 se presenta como un año que dará continuidad al ajuste macroeconómico y que, de tomarse las decisiones de política adecuadas, marcará el inicio de la recuperación. Al respecto, como uno de los aspectos positivos, cabe destacar que se espera que la inflación siga convergiendo de manera gradual hacia el rango meta, si bien todavía no es claro que pueda llegar a niveles cercanos a 4% al cierre de año. No obstante, lo cierto es que las presiones alcistas sobre los precios que se han registrado desde 2021 se han venido disipando, dándole así espacio al Banco de la República para trazar la hoja de ruta para lo que serán los recortes de tasa de interés a lo largo del año.
De esta manera, se espera que las menores tasas de interés nominales y reales contribuyan a impulsar el comportamiento de la cartera crediticia, el consumo privado y la economía, que crecería a un ritmo cercano a 1,2%. Es claro que esta cifra, aunque positiva, se encuentra por debajo de la capacidad del aparato productivo para generar valor y reducir de manera efectiva los flagelos de la pobreza y la desigualdad, razón por la que debemos redoblar los esfuerzos para que esta pueda elevarse de manera significativa.
Teniendo presente que la desaceleración de la economía de Estados Unidos y China, así como la prolongación del Fenómeno de El Niño, se presentan como riesgos considerables para nuestra economía, no es menos cierto que la nuestra es tal vez la más resiliente de la región y que contamos con las capacidades para superar los obstáculos que se nos presentan.
La coyuntura nos exige que, desde diferentes orillas, autoridades, empresarios, académicos y organizaciones civiles trabajemos de forma articulada para llegar a consensos respecto al diseño de las políticas contracíclicas dirigidas a sectores como el de la construcción y el agro, así como sobre los pilares de las reformas estructurales que el país requiere y demanda. Resultan desde luego bienvenidos los anuncios realizados por el Ejecutivo y el Ministerio de Hacienda respecto al trámite de una reforma tributaria que reduzca la tarifa de renta de las empresas, a la vez que haga la tributación de las personas naturales más progresiva.
Esta iniciativa no solo muestra la mayor sintonía del Gobierno con las preocupaciones del sector privado, sino que, de materializarse, sería un alivio que contribuiría a mejorar la competitividad de nuestro aparato productivo. Confío en que esta iniciativa siga su curso y llegue a buen puerto, no sin antes advertir que deberá estar alineada con las metas establecidas por la regla fiscal y respetar el principio de equidad horizontal, pues los tratos diferenciales por sectores económicos generan distorsiones y pérdidas en productividad.
El 2024 se vislumbra como un año de enormes retos, y será la asertividad de las reformas y las políticas públicas el gran determinante de la velocidad del despegue y la recuperación.