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La identidad es un recurso cultural y complejo en permanente evolución. Una larga jornada de búsqueda íntima sobre nuestro origen y destino. Carlos Fuentes decía que “el pasado está escrito en la memoria y el futuro está presente en el deseo”. La dicotomía del yo y los otros es un dilema para el concepto de identidad. El territorio, la lengua, los símbolos, nuestra historia, las afinidades filiales y emocionales nos hacen ser nosotros y nos obsequian la identidad.
Pero si la identidad es una jornada de búsqueda y preguntas que no claudica en la cultura, es una realidad objetiva y un derecho en el mundo jurídico y digital. El derecho a la identidad es fundamental, el principio vital de nuestra existencia en la sociedad, el orden jurídico y el Estado. Lo que las preguntas buscan en la filosofía, se protege en el orden jurídico. La identidad, un derecho habilitante de otros. “Todo ser humano tiene derecho, al reconocimiento de su personalidad jurídica: artículo sexto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Unicef. La identidad es el “reconocimiento jurídico y social de una persona como sujeto de derechos y responsabilidades y a su vez, de pertenencia a un Estado, un territorio, una sociedad y una familia”.
La mayoría de las constituciones en Iberoamérica la reconocen como un derecho fundamental. La identidad es entonces un derecho que nos da personalidad jurídica y el ejercicio de derechos y obligaciones, pero además abre la puerta al ejercicio de otros derechos fundamentales, ya que son indivisibles e interdependientes. Es la puerta para vivir con plenitud los derechos que el Estado garantiza.
La identidad es reconocida ante la ley y el Estado, de forma confiable, con un conjunto de datos y atributos. Esa identidad se formaliza en un documento de nomenclatura diversa: cédula de identidad, de ciudadanía, tarjeta de identidad, registro civil, carné de identidad o documento nacional de identidad. La falta de éste provoca la violación a otros derechos, marginación e injusticia. Sin documento de identidad vivimos al margen de la ley.
La cédula de identidad digital. Tu identidad en Internet es frágil. Transita en una compulsiva vida digital donde entregas tus datos personales, atributos y biométricos a tu médico, bancos, en tu pasaporte, licencia, escuela, comercio digital y trabajo. Mereces que el Estado digital te la otorgue en condiciones de seguridad y confianza amplias. En un mundo digital, el ejercicio de nuestros derechos necesita un proceso de gestión de nuestra información y datos personales para comunicarlos con libertad, seguridad (ciberseguridad), interoperabilidad y certeza.
La identidad y su expresión digital son el más poderoso facilitador en la ejecución de la política pública, la transformación digital de la sociedad, el crecimiento económico, la competitividad y la protección de derechos fundamentales.
El problema. Cuando se capturan datos se trabaja con material sensible. Es una actividad que, sin una armonización genera falta de certeza jurídica.
La captura de datos e información de forma repetitiva por los órganos del Estado y las empresas tiene consecuencias:
El diseño de muchos sitios haciendo lo mismo vuelve cara la inversión, destruye la confianza pública, diluye esfuerzos, repite datos, se es vulnerables a los ataques de seguridad, se expone a su pérdida, corrupción y viola la privacidad. Cada registro se debe regular ya que se recopilan, almacenan y gestionan datos sensibles. Hay un problema de calidad de la data debido a que existen muchos almacenes de información. El ciudadano, pierde el control sobre su identidad.
El ciudadano digital nace cuando se le concede su cédula y habilita la apertura de sus derechos en el mundo digital. Sin identidad digital no hay democracia, justicia, derechos, seguridad pública, ni economía digital.