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La marea digital de noticias sobre productos y servicios en audio, video, textos, suscripciones, interacciones y toda la vaina que nos inunda con sesudos estudios que van desde el cambio de comportamientos hasta la neurociencia, nos llevan a creer que estamos ante revoluciones sociales. Deténgase un momento y piense: ¿es tan así?
Usted y yo escuchamos música. Si tenemos más de 40 años hemos conocido el cassette, el walkman y teníamos el “equipo stereo” en el carro. Quien compraba un CD lo copiaba en cassette para sus amigos ya que tenía el “centro musical” en la casa. Cuando íbamos a un comercio de discos pasábamos tiempo mirando y pidiendo escuchar el CD antes de comprar. Hoy usamos Spotify, que es como una infinita tienda de discos para escuchar, pero está en nuestro smartphone. En pocas palabras, el hábito por escuchar música, explorar y conocer sigue intacto, solo que algunas empresas nos lo hicieron más cómodo.
Hace 20 años íbamos al videoclub, al ‘Blockbuster’ a ver cientos de cajitas de video, elegíamos una que llevábamos al mostrador para alquilar una película que había que devolver al día siguiente. Netflix descubrió que eso se podía hacer sin salir de casa. Hoy vemos series, películas, las comentamos con amigos y familia, tal como lo hicimos siempre. Nuestro hábito por ver películas elegidas según nuestro gusto sigue intacto, solo que algunas empresas nos lo hicieron más cómodo.
Hace 100 años que tenemos radio y 8 de cada 10 colombianos la han escuchado en la última semana, dice el ECAR. Hoy se habla de la revolución del podcast, del audio on demand que oímos en cualquier momento. No ha cambiado nuestra necesidad de informarnos, aprender o entretenernos a través del audio, pero hay emprendedores en el mundo que analizaron nuestras costumbres más habituales y les aplicaron una mejora de la experiencia.
Usted tal vez lee esta columna en el periódico impreso, aunque muchas más personas lo están viendo en una pantalla, pero su necesidad de leer es la misma de antaño.
Nuestros hábitos no son muy diferentes. El famoso historiador Yuval Noah Harari, en su libro ‘Homo Sapiens’, sostiene que si hoy se reviviera un hombre de hace unos 10.000 años y lo instalamos en nuestra sociedad urbana, sería idéntico a nosotros y se adaptaría rápidamente, lo que nos demostraría que nuestra evolución, aunque en conocimiento y tecnología nos sorprenda, no es tan grande si pensamos en que las necesidades siguen siendo bastante elementales.
Por eso, las profecías que sostienen que habrá una desaparición de medios de comunicación y pérdida de relevancia como consecuencia de los grandes cambios, suenan descabelladas. En el reciente libro ‘Culturas Digitales’, del profesor José Luis Orihuela de la Universidad de Navarra, reflexiona que “un cierto grado de arrogancia es una actitud frecuente de la prensa hacia su público. El cambio de esta actitud es una condición necesaria para la redefinición de relación entre medios y audiencias”. La necesidad de informar y entretener se mantendrá en nuestra sociedad, y el reto que los medios afrontan es adaptar lo de siempre a las fórmulas más confortables para sus usuarios.