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¿Por qué nos corrompemos o podemos corrompernos? Por razones simples: tomamos malas decisiones o actuamos bajo el sesgo de las malas decisiones y terminamos cometiendo actos de corrupción.
Creemos que actuar “mal” tiene que ver con el mal y, por el contrario, el mal que hacemos tiene que ver con “cosas buenas y apetecibles” como el anhelo legítimo de poder, dinero, fama, bienestar, un mejor futuro o reconocimiento. Es decir, vivimos en riesgo de corrompernos todo el tiempo.
Me explico: todos tenemos en nuestro interior y, de manera legitima, un deseo de ganancia personal, profesional o económica en toda actividad que llevamos a cabo con un negocio, un trabajo o en la universidad. Sin embargo, existen sesgos en las decisiones que nos facilitan el camino para caer en situaciones de corrupción. El sesgo es algo que nos conduce al error. Por ejemplo, el sesgo de la presión del grupo puede llevar a un estudiante a “matonear” a un compañero débil y diferente, dado que el agresor espera la aceptación del grupo.
Desafortunadamente, en Colombia somos más propensos a la corrupción que en países como Estados Unidos, Suiza, Dinamarca o Malasia, pues nuestro país tiene una pésima administración de la justicia y los niveles de impunidad son excesivos. En las otras latitudes, el que comete faltas tiene la certeza de que recibirá su castigo. Eso significa que la corrupción en las empresas colombianas requiere de un esfuerzo cultural y pedagógico mayor al interior de las empresas para evitarla, prevenirla y sancionarla.
¿Cómo disminuir y acabar la corrupción empresarial? A mi juicio, haciendo conciencia en las personas de la organización y creando alertas sobre los principales sesgos a la hora de tomar decisiones, dado que, estos nos inducen al error y, gracias a ellos, nos autoengañamos.
Los sesgos que debemos evitar antes de cometer un acto ilícito son racionalizaciones tan comunes como estas:
• Mi salario no es justo
• Lo merezco
• Todo el mundo hace lo mismo
• No es algo ilegal
• Con esto no hago daño a nadie
• Es una jugada comercial
• Una mentira piadosa no hace daño
• Así hacemos las cosas aquí
• Solo una vez y ya
• Si no lo hago yo, entonces, otro más “inteligente” lo hará.
En consecuencia, el camino del corrupto empieza en lo pequeño con una corta racionalización que justifica el acto corrupto y lo muestra como una situación que explica y perdona el comportamiento ante la situación. Aquí el sesgo entra a la vida y vienen las malas decisiones. Nos convertimos en corruptos sin desearlo o quererlo.
Sin ir tan lejos, los sesgos aplican para errores más cotidianos, por ejemplo, cuando queremos comprar el carro último modelo y no tenemos el dinero, pero con la racionalización pensamos: he trabajado muy duro toda mi vida, este es un placer que me merezco, voy a tomar un crédito.
Otros factores generadores de sesgos en las decisiones son los derivados del ego, las emociones sin control, el consumo de licor, la adulación, la falta de formación y, sobre todo, la poca importancia que le damos a la integridad y coherencia personal como virtudes directivas fundamentales.
En resumen, paremos de estar incriminando de manera irreflexiva y exclusiva a los políticos corruptos y, mejor, trabajemos por construir modelos de integridad personal en nuestras empresas a partir de dos principios: el ejemplo personal y la conciencia de que estamos en el mundo y somos objeto de sesgos. Debemos estar alerta ante ciertas situaciones que pueden llevarnos por el camino de la corrupción: (a) la sensación de ganancia, (b) la oportunidad de no ser descubierto o castigado y, (c) la racionalización o autoengaño como sesgo a la hora de decidir.