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El Sínodo para la Amazonía advierte: “La selva amazónica es un “corazón biológico” para la tierra cada vez más amenazada. Se encuentra en una carrera desenfrenada a la muerte. Requiere cambios radicales con suma urgencia, en una nueva dirección que permita salvarla” (§ 2). Y entre los diversos asuntos que se tratan en el documento final se hace referencia al derecho “al disfrute equitativo de las ciudades dentro de los principios de sostenibilidad, democracia y justicia social” (§ 35).
Es loable que la Iglesia Católica llame la atención sobre la necesidad de conservar el planeta. La “casa común” (Encíclica Laudato Si’) tiene que ser protegida. El Sínodo introduce el “pecado ecológico”, y lo define como un daño que se le hace a las futuras generaciones, y que “se manifiesta en actos y hábitos de contaminación y destrucción de la armonía del ambiente” (§ 82).
Al mirar hacia la naturaleza la Iglesia trata de rescatar la inmanencia. Es un intento por salir del mundo platónico que exalta la virginidad, consagra el dolor y coloca la bienaventuranza definitiva en los cielos. El cambio de óptica es evidente. Ahora se comienza a reconocer que la vida y la felicidad están en la tierra, y sin la conservación del planeta no es posible disfrutar la existencia. Mientras que Bolsonaro dice que la Amazonía es del Brasil, el Sínodo afirma que es el “corazón biológico” del planeta. Es un llamado a la responsabilidad colectiva.
Aunque los cambios que se requieren son urgentes, no existe una institucionalidad planetaria que sea capaz de ordenar, controlar y sancionar. Este vacío de poder, junto a la falta de conciencia ecológica, se expresa en una alarmante deforestación. Mientras que se avanza en la búsqueda de una solución global, es importante que los habitantes de las ciudades entendamos la relevancia que tiene la Amazonía para el buen disfrute de la vida urbana.
La búsqueda de las condiciones que permitan que las ciudades sean sostenibles, como propone la Nueva Agenda Urbana (Hábitat III) obliga a que los habitantes de los centros urbanos se responsabilicen de la sostenibilidad de los ecosistemas.
Uno de los argumentos que más se repite para justificar la falta de acción frente al Amazonas es el económico. Una y otra vez se dice que no hay recursos. Este tipo de afirmación desconoce los vínculos estrechos que existen entre sostenibilidad y equidad. La única manera de garantizar la armonía con el planeta es redistribuyendo. Y, entonces, parte de la riqueza que han acumulado las sociedades urbanas tiene que destinarse a la protección ambiental. Los impuestos actuales son muy débiles, y los recursos obtenidos son insuficientes para responder con urgencia a las necesidades que impone el cambio climático, y la justicia intergeneracional. Se tienen que diseñar mecanismos que permitan que los recursos de las ciudades financien los grandes proyectos ambientales.
En Colombia estamos muy lejos del urbanismo sostenible. Las cuatro grandes ciudades deberían comenzar por financiar inversiones relacionadas, por ejemplo, con la conservación de la biodiversidad pacífica, la reforestación, la recuperación de las cuencas, la descontaminación de los ríos, etc. Y, obviamente, para ello se requieren mayores impuestos al suelo y al urbanismo. Aceptar esta realidad apenas sería dar un primer paso hacia la equidad intergeneracional.