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La aporofobia es el rechazo a los pobres. El texto de Adela Cortina es una invitación a pensar en la actitud nuestra frente al otro, sobre todo si es pobre. Fácilmente, el extranjero rico es aceptado. En sus palabras, “… el problema no es entonces de raza, de etnia ni tampoco de extranjería. El problema es de pobreza”. En 2023 la incidencia de la pobreza monetaria en Colombia fue de 33%, equivalente a 16,7 millones de personas. Y aunque ha habido una disminución del número de pobres, el ritmo de descenso ha sido lento. Es inaceptable que 11,4% estén en pobreza absoluta, en el límite de la desnutrición. Se trata de 5,7 millones de colombianos. Una y otra vez, es necesario hacerse la pregunta por las razones de la persistencia de la pobreza.
La teoría económica, especialmente la de los siglos XVIII, XIX y principios del XX, siempre mostró que la pobreza no era un mal necesario. Se rechazó la “ley de pobres” que naturalizaba la presencia de los pobres. Y siglos antes, desde los diálogos socráticos se insistía en que la pobreza es un obstáculo a la felicidad. En la filosofía griega se proponían dos condiciones para ser feliz: riqueza y virtuosidad. La persona pobre no puede ser feliz, pero el rico que no es virtuoso tampoco es feliz. La riqueza es una condición necesaria, no suficiente, para conseguir la felicidad.
Si la pobreza se puede eliminar, y si es una traba sustantiva para el logro de la felicidad, la sociedad debería priorizar el combate radical a la pobreza. La aporofobia lleva a desconocer la situación del otro, y no permite aceptar la invitación de Adam Smith, de ponerse en los zapatos de los demás.
El rechazo al pobre continúa siendo significativo. Las consecuencias de la aporofobia son: i) La percepción equivocada de que el conjunto de la sociedad puede avanzar aún desconociendo al otro. ii) La poca preocupación por la solidaridad. iii) Rechazo a las políticas distributivas, que son un instrumento importante para avanzar en la disminución de la pobreza. Y ahora con la lógica plutocrática de Trump, en el ámbito internacional, los temas distributivos pasarán a un segundo plano. iv) El desprecio por el otro impide la construcción de una ciudadanía social. En el siglo XVIII, cuando se sientan las bases de la modernidad, se aceptó que la tensión entre la libertad y la igualdad solamente se puede resolver con la fraternidad.
La figura del “homo economicus”, dice Cortina, tiene que ser reemplazada por la del “homo reciprocans”. Es la persona capaz de cooperar, y que está dispuesta a dar y recibir. La preocupación por el bienestar del otro no nace, exclusivamente, del altruismo. A medida que las sociedades avanzan se va aceptando que es mejor cooperar que no hacerlo. Y este ejercicio termina siendo mejor para cada uno de los individuos. Aún quien busca su interés individual llega a la conclusión que la cooperación también lo favorece a él. Es la explicación última de los juegos cooperativos.
A nivel internacional, la hospitalidad, o el afecto a los extraños, permitiría crear condiciones favorables a la paz. Es la virtud necesaria para la convivencia. En los estados republicanos, dice Kant, la hospitalidad es un derecho y un deber. La paz perpetua solamente se puede alcanzar en una sociedad cosmopolita, en donde todos seamos ciudadanos iguales. El “tercer artículo definitivo de la paz perpetua” dice: “el derecho de ciudadanía mundial debe limitarse a las condiciones de una universal hospitalidad”.