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No es cierto que la constituyente universitaria sea la expresión suprema de la autonomía universitaria. Alfonso Borrero, quien fue rector de la Universidad Javeriana y estudioso del significado de la autonomía, considera que la autonomía “está enraizada en la libertad del espíritu pensante y del poder del saber intelectual”.
Y la fuerza intrínseca de la ciencia es el resultado de las dinámicas propias de las comunidades académicas. En este proceso, unas personas saben y otras aprenden. El maestro es respetado por sus pares en una lógica guiada por el mérito. En cada disciplina los pares reconocen a los mejores.
Guillermo Páramo recuerda que en todas las sociedades “hay unas personas llamadas a romper las escalas del conocimiento”. Estos seres brillantes son necesarios para que el grupo pueda “descubrir el puesto en el universo, la propia identidad, la propia potencia y la propia necesidad para poder orientarse en la historia y en la vida. Yo creo que en esta cultura se creó para eso la universidad” .
La autonomía no está dada.
La universidad se la tiene que ir ganando en la medida en que la sociedad reconoce la pertinencia del poder de la ciencia. La práctica académica obliga a la selección meritocrática que destaca a los que más saben. La evaluación permanente de los pares lleva a la valoración de los maestros.
La lógica científica no es asimilable a la del mundo político. Frente a la ley, los ciudadanos son iguales. La constituyente universitaria pretende aplicar al espacio académico las normas democráticas que son propias de la esfera política.
En las reflexiones sobre el sentido de la autonomía, se suele traer a colación la reforma universitaria de Córdoba de 1918. Su punto de partida, equivocado, es la creencia en que la comunidad universitaria es una “república de iguales”. Este error de base elimina la jerarquía asociada al mérito, que es la esencia del trabajo académico.
La constituyente universitaria exige que la opinión mayoritaria de los estudiantes sea decisoria. La elección de las directivas mediante el voto niega la esencia misma de la autonomía universitaria, porque desconoce que ésta depende del poder del conocimiento, y de la meritocracia que lo hace posible.
La constituyente desconoce el complejo ejercicio que lleva a la comprensión. Y en esta tarea unos pocos se destacan por su capacidad privilegiada de discernir y descubrir. El deseo puro e irrestricto de conocer se cultiva a lo largo de la vida, y gracias a los mejores la sociedad transforma el saber en calidad de vida.
Sin duda, el proceso investigativo está determinado por intereses económicos y políticos, con objetivos discutibles. Pero más allá de la intencionalidad final, el quehacer científico obliga a seleccionar y a priorizar. En la construcción del conocimiento la regla de decisión por mayoría no opera.
Las comunidades científicas fijan sus cánones, y si éstos son adecuados, consolidan su autonomía que, en última instancia, está fundamentada en el poder intrínseco de la ciencia. La relación entre el maestro y el aprendiz no se determina en las urnas, en una competencia entre iguales, sino en el seno de la comunidad académica en la que interactúan el docente y el alumno en la búsqueda incesante de nuevos saberes.