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La invitación al diálogo regional parte de un principio básico: la planeación debe tener presente las necesidades de las comunidades y de las localidades.
Este postulado que parece sencillo tiene complejidades que se deben superar. El escollo inicial es la heterogeneidad de preferencias. No solamente entre las personas de una misma comunidad, sino también entre comunidades cercanas. La diversidad de propósitos es inevitable y puede ser muy rica, si los intereses locales se logran expresar en programas colectivos.
Esta transición entre las preferencias individuales y la elección social tiene que estar mediada por el reconocimiento de la heurística del juicio inherente a cualquier percepción subjetiva. El atajo que se presenta en la evaluación de la situación es propio de la condición humana, y este proceso está muy marcado por la pasión y el sentimiento. Para que esta percepción individual y local se convierta en proyectos públicos se requiere la construcción institucional de una especie de racionalidad colectiva que organice y canalice los sesgos heurísticos de los individuos.
Y como las preferencias de los individuos y de las comunidades son disímiles, el ordenamiento final siempre será subóptimo. Es imposible que las preferencias locales se expresen sin modificaciones en el ordenamiento global.
El proceso que lleva de las preferencias individuales a las colectivas es ideal si se logra un consenso razonable, y si no es necesario recurrir a mecanismos más imperfectos como la regla de decisión por mayoría, o la imposición.
Desde el siglo XVIII, en Francia se reconoció el papel de Escuela Politécnica en la búsqueda del consenso. En este cálculo, la mirada técnica juega un papel fundamental, ya que permite reducir las heurísticas del juicio y encausar los intereses locales y de corto plazo, de tal forma que se convierta en proyectos estratégicos de gran envergadura. La mirada de largo plazo tiene la virtud de desencadenar procesos endógenos que potencian y cualifican las iniciativas locales.
El diálogo es vinculante porque: i) es inclusivo y respeta la diversidad; ii) cubre todo el territorio nacional; iii) le otorga un valor intrínseco a cada propuesta; iv) potencia la iniciativa al incluirla en un proyecto estratégico.
Esta dinámica será exitosa si se reconoce que todo proceso de elección colectiva lleva a soluciones subóptimas. Desde los años cuarenta, en la literatura económica, los teóricos de juegos pusieron en evidencia situaciones insolubles. No hay manera de encontrar un escenario óptimo para una pareja en la que ambos desean estar juntos, pero él prefiere ir al cine y ella a la ópera. A comienzos de los años cincuenta Arrow recuperó la paradoja de Condorcet y mostró que es imposible que los intereses individuales se expresen en las decisiones colectivas.
La acción comunicativa es un proceso deliberativo, en el que se exponen las diversas visiones. Los diálogos regionales son la oportunidad para que las partes presenten sus opiniones, reconociendo que es inevitable la heurística del juicio. Y no obstante las bondades intrínsecas de la conversación, es imposible llega a una solución unánime. Siempre habrá divergencias. Y aunque el acuerdo final sea subóptimo, su nivel de razonabilidad dependerá de la posibilidad de convertir los intereses locales en proyectos estratégicos.