MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Con el paso del tiempo, cada vez es más evidente que el Departamento Nacional de Planeación (DNP) se ha ido convirtiendo en un amanuense triste del Ministerio de Hacienda.
Es amanuense porque su función se ha reducido a la de ser un copista, que escribe todo aquello que le dicta Hacienda. Y es triste por dos razones. Primero, porque es una lástima que el excelente equipo técnico del DNP haya perdido voz y autonomía. Ha terminado agazapado y temeroso, y no se atreve a cuestionar las decisiones miopes y estrechas de Hacienda. Y, segundo, es muy triste que el país haya perdido la mirada estratégica. El DNP se ha ahogado en los detalles de la complejidad burocrática del día a día. Apaga incendios aquí y allá, y se mueve en una u otra dirección, dependiendo de la intensidad de las alarmas que se prenden en Hacienda.
Las prioridades las sigue definiendo Hacienda que, además, diseña los mecanismos que considera más adecuados. El DNP no propone líneas estratégicas, sino que apenas insinúa de manera tímida algunas alternativas.
En síntesis, Planeación no está planeando. Frente a los grandes retos del país, no ha diseñado estrategias de largo plazo. Y, peor aún, no tiene la capacidad de coordinar a las entidades del Estado en función de los propósitos que de alguna manera se han priorizado.
Los últimos gobiernos han dicho que buscan una sociedad más equitativa, pero el DNP que cuenta con los insumos técnicos, no se ha atrevido a mostrar las virtudes que tendría sobre el desarrollo económico y el bienestar, una mejor distribución de la riqueza y de activos como la tierra. Ha guardado silencio frente a las reformas tributarias recientes, que no han tenido ningún impacto relevante sobre la equidad. Tampoco ha sido capaz de liderar cambios sustantivos en mecanismos obsoletos de focalización como el estrato. El Censo Agropecuario de 2014 no ha sido el instrumento que le permita al DNP proponer alternativas para modernizar el campo.
Excelentes estudios que ha coordinado el DNP, relacionados con el Sistema de Ciudades, el crecimiento verde, el desempeño municipal, el ordenamiento del territorio, etc., ofrecen diagnósticos muy valiosos que no logran convertirse en acciones estratégicas. Todo queda subsumido en la absolutización, nunca puesta en cuestión, de instrumentos como la regla fiscal.
El DNP no se atreve a liderar cambios sustantivos que permitan cualificar el desarrollo. Ha permanecido impávido frente al deterioro progresivo y dramático de la cuenta corriente de la balanza de pagos. No ha puesto el grito en el cielo por la reprimarización de la economía, y por la incapacidad que ha tenido el país de aprovechar las bonanzas energéticas. En lugar de proponer planes ambiciosos para que los excedentes de la bonanza se conviertan en desarrollo endógeno y sostenible, el DNP se dedicó a coadministrar las regalías, hundiéndose en la minucia de la ejecución de un sinnúmero (más de 12.000) de proyecticos.
El DNP es un segundón de Hacienda, y al dejarse contagiar de su miopía, no ha logrado ver salidas, y ha sido incapaz de señalar caminos estratégicos que eviten la creciente volatilidad, y la notoria fragilidad de la economía colombiana. Es triste que este amanuense siga postrado, ya que institucionalmente tiene todos los elementos técnicos que le permitirían ir más allá de hacer mandados y copiar mensajes.