MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
El valor del dólar hoy es cercano a $3.400. De acuerdo con las estimaciones del Marco Fiscal de Mediano Plazo, el dólar llegaría a este valor en 2026, así que el error de predicción ya es significativo. Hace apenas unos días, cuando se presentó el Marco Fiscal de Mediano Plazo, el actual valor del dólar era inimaginable. En el texto se estima que al final del 2019 el dólar estaría a $3.171. Si en menos de seis meses la pifia en la proyección es tan evidente, ni siquiera vale la pena pensar en la magnitud que alcanzará el error en 2030.
Al equivocarse en el cálculo del valor del dólar, se descuadran todas las proyecciones sobre los flujos fiscales. Algunos efectos son positivos, como el mayor ingreso por exportaciones de petróleo, pero otros son negativos como el incremento en el valor en pesos de la deuda externa. La secuencia causal de acontecimientos que desencadena la variación del dólar es absolutamente incierta. Las proyecciones no se cumplen, entre otras razones, porque las interacciones entre los fenómenos son multicausales.
El problema no radica en que el Gobierno se equivoque en las proyecciones. Frente a la incertidumbre del futuro, es inevitable que los agentes económicos cometan errores. Como decía de manera enfática Keynes: sencillamente, no sabemos!
No tiene sentido criticar el Marco Fiscal de Mediano Plazo porque no acierte. Todos los marcos fiscales fallan en sus proyecciones, así que el eje de la discusión no es sobre la frágil capacidad hechicera de los gobiernos. El problema radica en el poder mítico que se le atribuye a estas proyecciones, a través de un instrumento como la Regla Fiscal.
El Gobierno sueña con sendas de reducción del déficit fiscal, y anuncia que las metas se cumplirán en 2030. Es grave que estos imaginarios absolutamente novelescos se propongan con fuerza de ley, y que a ellos se tengan que someter las decisiones de la política económica. El artículo 5 del Plan de Desarrollo dice que la distribución del presupuesto está sometida a las disposiciones del Marco Fiscal. No tiene ninguna lógica que las prioridades de la agenda pública estén supeditadas a la Regla Fiscal que apenas es la expresión de la visión subjetiva de unos pocos funcionarios. Las decisiones de política pública no se deberían tomar siguiendo el criterio de esta senda imaginaria.
Puesto que día tras día se comprueban los errores de proyección, y la ruta de convergencia definida por la Regla Fiscal se va diluyendo, la mitificación del instrumento sirve para ocultar las decisiones políticas del gobierno. Bajo la apariencia de un discurso técnico, se distribuye el gasto en función de los intereses del gobierno. En lugar de esconder el debate político detrás de una regla, deberían discutirse las diferentes opciones de manera explícita.
Sería conveniente, entonces, volver a reflexionar sobre la vieja disyuntiva entre reglas y discreción. Dada la debilidad de cualquier proyección, valdría la pena volver a poner en primer plano la discreción, y dejar de lado las reglas, como se hizo durante el período que va desde la posguerra hasta finales de los años setenta. Y en lugar de jugar a ser adivinos, es preferible aplicar un criterio discrecional elemental: si se quiere cerrar la brecha fiscal es necesario aumentar los impuestos. Es una fórmula sencilla que, además, no necesita magos que pretendan predecir el futuro.