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El 6 de agosto se cumplieron 75 años del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. Es un buen momento para reflexionar sobre el significado de la culpa, y de la responsabilidad individual. La correspondencia entre el piloto Claude Eatherly, que tuvo una participación activa en el lanzamiento de la bomba, y el filósofo Günther Anders, plantea dilemas morales universales.
En una de las cartas, le dice Anders al piloto: “La técnica ha traído consigo la posibilidad de que seamos inocentemente culpables de una forma que no existió en los tiempos de nuestros padres, cuando la técnica todavía no había avanzado tanto”.
Eatherly es el símbolo de un mal general. Es culpable pero es inocente. La decisión final no fue suya. Si él no participa en el lanzamiento lo hubiera hecho cualquier otro. En el caso hipotético de que ese día se hubiera negado a volar, otro habría seguido en la fila. Aquellos pilotos hacían parte de una cadena imparable. Pero aún así, Eatherly es culpable porque su acción causó, de manera directa, la muerte de 200.000 personas. Esta desgracia fue el resultado inmediato del lanzamiento de la bomba. Pero, al mismo tiempo, Eatherly es inocente porque obedecía, y seguía órdenes. Cumplía con su deber como soldado. La decisión que movía aquel aparato de guerra no era suya.
El drama personal del piloto, que sufrió trastornos mentales, nace del reconocimiento de su culpa. Trató de asumir el horror de lo que había sucedido. No podía desconocer su culpa. No fue capaz de asimilar la dimensión de su dolor. Terminó siendo una víctima más. Es el efecto retroactivo de la bomba.
Anders le dice a Eatherly que su enfermedad mental es esperanzadora porque rescata la importancia de la culpa individual. Porque pone en evidencia la responsabilidad del sujeto, y las consecuencias irreversibles de cualquiera de nuestra decisiones. Es la aceptación de la propia responsabilidad.
Desde el hospital, el piloto de Hiroshima se rebela porque ha sido una pieza de la máquina infernal de la guerra. Trata de entender, y se desespera. Después de la bomba no puede vivir tranquilo. Anders advierte que, como el piloto, cualquier de nosotros puede verse implicado en situaciones que llevan a acciones que tienen consecuencias inimaginables. Y a pesar del daño que podemos causar, buscamos los argumentos para sentirnos inocentes.
A pesar de la dureza de la correspondencia entre el filósofo y el piloto, en medio de la angustia de Eatherly hay esperanza. Esta hilo de luz nace de su incapacidad personal de superar el drama. Su fracaso es consolador porque, se lo dice Anders, muestra que “... ha logrado mantener viva su conciencia, a pesar de haber sido una simple pieza del aparato técnico y de haber cumplido perfectamente su función”. La culpa está presente. Y esta lucha interna, concluye Anders, “... demuestra que todos podemos hacerlo, que cada uno de nosotros también ha de ser capaz de hacerlo. Y saberlo - y este saber se lo debemos a usted - es para nosotros consolador”. El conflicto interno por comprender, que comenzó con el rechazo de Eatherly a cualquier condecoración, y que terminó en el hospital siquiátrico, no frena la lógica de la guerra, pero sí vislumbra la búsqueda de alternativas, que desde la convicción moral de los sujetos, pongan en tela de juicio la lógica de la guerra.