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La antipolítica parece estar de moda. El desencanto lleva a pensar, con absoluta ingenuidad, que es posible una sociedad en la que no exista la política. Esta pretensión no tiene ningún sentido. La dinámica social pasa por la esfera de la política. Y, entonces, los políticos son una pieza central del ordenamiento colectivo. No podría ser de otra manera.
La política es el proceso, siempre imperfecto, que permite pasar de las preferencias individuales a las elecciones colectivas. El camino que va de la voluntad individual a la decisión social es tortuoso. En su lectura del premio Nobel, Sen dice que “un camello es un caballo hecho por un comité”. Cualquier órgano colegiado lleva a soluciones subóptimas, muy lejanas del ideal. En el mejor de los casos, apenas se trata de alternativas razonables.
Sin política y sin políticos no se podría hacer el tránsito del querer individual, al orden social. Como este proceso es tan complejo, las modalidades de la actividad política son numerosas. La preocupación por quién nos gobierna y cómo nos gobierna ocupa una parte importante de los diálogos socráticos. Las soluciones contractualistas que se han propuesto desde las modernidad apenas son un punto de referencia. El marqués de Condorcet, por los días de la revolución francesa, ponía en evidencia la paradoja del voto, y las contradicciones intrínsecas de cualquier sistema de elección.
Las soluciones contractualistas ideales no son posibles en la vida real. Se han buscado caminos alternativos. El imperativo categórico kantiano ha sido el más emblemático. Si cada personas obra de tal manera que su norma moral pueda ser propuesta como norma moral universal, lograríamos que la sociedad se guiara por principios éticos de aceptación universal. El propio Kant reconoce que ello no es posible. El ser racional, dice, tiene que postular el imperativo categórico aún aceptando su imposibilidad. En la filosofía moral contemporánea el velo de ignorancia de Rawls es un esfuerzo por repensar el ideal contractualista. Habermas, por su parte, busca que la acción colectiva mejore los procesos deliberativos.
Varios premios Nobel en economía han aceptado el reto de examinar las condiciones de posibilidad de la elección colectiva. En los años 50 fueron célebres los teoremas de imposibilidad de Arrow, y los ejercicios de equiprobabilidad de Harsanyi. Y, años más tarde, Sen muestra que las sociedades van avanzando gracias a ideas aproximadas de lo justo. Y, entonces, el sentimiento y la indignación son elementos centrales de la transformación política. Buchanan, desde otra perspectiva, examina las características de la negociación política, en un abanico amplio que va desde el acuerdo sobre el próximo ministro hasta la compra de votos. Vickrey invoca, una y otra vez, al Concejo de la ciudad de Nueva York como la única instancia que puede resolver, de alguna manera, la tensión entre la eficiencia y la equidad.
Puesto que las soluciones ideales no son factibles, es necesario llegar a ciertos acuerdos mínimos, que se van construyendo con algo de razón y con mucho de pasión. En medio de esta amalgama de intereses la política ayuda a ordenar.
Es comprensible que ciudadanos fatigados griten en contra de la política. Pero es inaceptable que se haga política predicando la antipolítica. Es un contrasentido buscar votos negando la pertinencia del mundo político.