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La Escuela Politécnica de Francia es hija de la modernidad. Fue fundada en 1794, apenas cinco años después de la Revolución Francesa. Inicialmente se llamó la Escuela Central de Trabajos Públicos. Surgió de la necesidad de formar a los equipos técnicos que permitieran el desarrollo de la infraestructura. El nombre de “poli” tiene que ver con la diversidad de disciplinas, y desde el comienzo sobresalían las matemáticas, la física y la química.
El vínculo con la política siempre fue evidente porque sin un buen saber técnico es imposible realizar obras de calidad. Para Napoleón era claro que la formación científica es indispensable para ganar las guerras, y por ello en 1805 la Escuela tuvo un estatuto militar.
La Escuela Politécnica ha puesto en evidencia la íntima relación que tiene que existir entre el saber técnico y el quehacer político. En la modernidad, sin dios y sin rey, la norma moral individual tiene que expresarse, de alguna manera, en la preferencia colectiva. El paso de los valores individuales a la elección social siempre es imperfecto. No es posible un tránsito óptimo. Y en las sociedades democráticas, la regla de decisión por mayoría tiene limitaciones intrínsecas. La dimensión política es absolutamente necesaria, y el conocimiento técnico siempre queda inscrito en una lógica política. Para que los ciudadanos cobijados por la constitución republicana tengan una buena calidad de vida se requiere del conocimiento técnico.
El ingeniero de la Escuela Politécnica compara el costo de la vía que une directamente a las ciudades A y B, con el costo que tendría ir de A a B pasando por el pueblo C. Si el primer valor es 50 y el segundo es 70, la decisión final se toma en la esfera política. Allí se decide la conveniencia de que la vía sea directa o tenga el desvío hacia la población C. El criterio político no es, necesariamente, el que corresponde al menor costo. Y por las razones complejas de la dinámica propia de la elección colectiva se puede terminar eligiendo la vía más cara. El conocimiento técnico se inscribe en las decisiones políticas. Y el buen gobierno sabe ponderar la pertinencia de las propuestas de la Escuela Politécnica.
En alguno de los momentos del proceso de conocer es inevitable que la técnica se articule con la política. Las buenas decisiones políticas fracasan sin una tecnología apropiada. Ambas dimensiones tienen que estar articuladas. Y el saber tecnológico avanza y permite mejorar la calidad de vida si la decisión política es adecuada.
Los bienes básicos, como el agua o la vivienda, llegan al ciudadano gracias al conocimiento técnico. Sin la Escuela Politécnica no es posible el bienestar de la polis. Pero, por otro lado, la técnica que desconoce la relevancia de la política acaba presa de un positivismo ingenuo. Esta interacción entre la técnica y la política es más explícita en las disciplinas sociales. Y entre ellas, la economía no puede pretender la objetividad del positivismo porque, como diría Hayek a comienzos de los cincuenta, este es el “camino de la servidumbre”, que lleva a los totalitarismos. Las ciencias sociales no son comparables a las ciencias físicas. Aterrorizado por los gobiernos autoritarios de su época, Hayek reclamaba la necesidad urgente de hacer la “contrarrevolución de la ciencia”, de tal manera que el saber sea el fundamento de las sociedades libres.