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Analistas 16/07/2021

La revolución copernicana

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado

Los argumentos que justifican los artículos propiamente tributarios del conjunto de propuestas que acaba de presentar el gobierno Duque se pueden comparar a la revolución copernicana. El cambio de óptima es radical. El lenguaje que se utilizaba hace tres meses es completamente distinto al que se está utilizando ahora. Los empresarios y el gobierno cambiaron completamente la lógica de análisis. De la insistencia obsesiva en la importancia de las condiciones de oferta, se pasó al reconocimiento de la relevancia de la demanda.

Este cambio de perspectiva es tan notorio como lo fue el abandono de la visión geocéntrica, y la aceptación de la teoría heliocéntrica. La tierra ya no podía ser considerada el centro del universo. En la reflexión del impacto de los impuestos a las empresas se dio un viraje de 180 grados.

Por los días de Carrasquilla se insistía en que estos impuestos iban en contra de la competitividad y de la productividad. Los argumentos, se decía, están fundados en ejercicios empíricos cuidadosos, en modelos sofisticados y, además, tienen el respaldo de la literatura internacional. Esta lógica se explica con lujo de detalles en el Marco Fiscal de Mediano Plazo 2020. Allí se afirma que si los impuestos bajan, la inversión aumenta. Se dice que “...las menores tasas impositivas tuvieron un efecto positivo sobre la inversión”. Y gracias a los menores impuestos la inversión privada crecería a una tasa de 12,3% anual. La lógica analítica es contundente y prepotente.

Hoy el discurso de los empresarios y del Gobierno cambió de manera sustantiva. De forma explícita, estos días se ha dicho que los mayores impuestos no afectan la inversión, porque el problema fundamental no es de oferta sino de demanda. Los empresarios aceptan el aumento del impuesto a la renta y la disminución de algunas exenciones. Han afirmado que no se puede tocar el consumo de los grupos medios y vulnerables de la población. Y concluyen insistiendo en que se trata de salvar la demanda porque ésta es determinante de la producción y del empleo. La nueva argumentación es típicamente keynesiana. Es la propensión marginal a consumir el determinante final de la dinámica empresarial.

El cambio de óptica es brutal. La soberbia con la que se defendía la anterior posición se agotó en tres meses. Los argumentos técnicos no eran tan sólidos como se decía, y terminaron sucumbiendo frente la contundencia del movimiento social. Se ha hecho evidente que el discurso está alimentado por la opción política. Más allá de los instrumentos técnicos, este cambio drástico en la perspectiva del análisis hace explícita la naturaleza intrínsecamente política de la economía. El relato económico nunca es neutro.

La nueva propuesta de reforma tributaria no es regresiva, como sí lo era la de Carrasquilla, pero tampoco es claramente progresiva. Es cierto que no se toca a la clase media. Pero, como ha sucedido con las reformas anteriores, otra vez queda en evidencia que los grandes ricos son intocables. No hay la más mínima mención a los impuestos a los dividendos. Tampoco al patrimonio. Es evidente que en medio del desespero, el gobierno busca una respuesta rápida a las demandas sociales. Y como el recaudo será insuficiente, se vuelve a soñar con la austeridad. Este estribillo no tiene fundamento. Es absurdo pretender reducir el tamaño de un Estado que ya es raquítico.

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