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Estos días se ha discutido la conveniencia de que el salario mínimo se defina de acuerdo con la productividad y el costo de vida de las regiones. Ello significaría que si en una región la productividad es relativamente baja, el salario también debe ser inferior.
Esta alternativa no es conveniente por cuatro razones. Primero, porque agudiza la desigualdad que ya existe entre regiones. En el país no hay convergencia. Segundo, porque en lugar de reducir el salario se debe buscar aumentos en la productividad. Tercero, porque el menor salario acentúa la tendencia creciente de la pobreza. Cuarto, porque con la información disponible la medición de la productividad por regiones es muy imperfecta.
La desigualdad entre las regiones es significativa. Entre los departamentos y entre los municipios del país no hay convergencia, y la brecha en los niveles de calidad de vida no se está reduciendo. Si el salario de las regiones que tienen peores condiciones de vida llegara a ser menor, la diferencia que hoy existe se acentuaría.
En lugar de afirmar que el salario debe corresponder con la productividad y, por tanto, si esta es baja el salario también debe serlo, se podría argumentar en sentido contrario, y decir que la productividad debe ir a la par con el salario.
Ello significa que cuando el salario es relativamente mayor, se obliga a las regiones a mejorar la productividad. Desde esta lógica, el aumento del salario estimula la productividad, y ello termina siendo favorable para las empresas y para la región. En lugar de deprimir el salario y, por esta vía, reducir la productividad, se deben crear condiciones para que la productividad crezca y se iguale al salario mínimo global. No se debería caer en la tentación de seguir la vía fácil y disminuir el salario. Al contrario se tendrían que buscar los mecanismos para aumentar la productividad. Este camino es más complejo, pero garantiza mejores resultados.
Las últimas cifras del Dane muestran que la tendencia descendente de las series de pobreza se detuvo, y en los dos últimos años la incidencia de la pobreza aumentó. Se revirtió el proceso descendente que llevaba más 15 años. A nivel nacional, el porcentaje de pobres llegó a su punto mínimo en 2015, cuando la incidencia de la pobreza fue de 27,8%. En el 2002 era de 49,7%. La caída fue significativa. Pero entre 2015 y 2016 la incidencia subió, y en 2016 fue de 28%. El aumento de la pobreza se acentuaría si se introduce el salario diferencial.
Las estadísticas que existen en el país no permiten hacer un cálculo cuidadoso de la productividad regional. La información es muy limitada, y la estimación de funciones de producción a nivel regional generaría numerosas dudas. A medida que aumenta la distancia de los grandes centros urbanos, la informalidad se acentúa y los cálculos de la productividad serían muy precarios. Adicionalmente, habría que precisar cuál es la productividad que podría servir de referencia. Apenas menciono tres alternativas: la productividad media por trabajador, la productividad media por unidad de salario, la productividad total de factores. No habría suficientes criterios para preferir una u otra.
En síntesis, el salario por regiones no es conveniente porque reduce la productividad, desmejora la capacidad de pago de los trabajadores, acentúa la desigualdad y dificulta la convergencia entre las regiones.