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La inflación anual de Venezuela supera el millón por ciento. Y en 2019 el aumento de los precios podría ser mucho mayor. Estos porcentajes, que no tienen precedentes, significan que el bolívar, en cualquiera de su modalidades, no puede cumplir ninguna de las funciones propias de la moneda. La teoría económica ha aceptado las tres funciones del dinero definidas por Aristóteles.
Para que una mercancía, o cualquier instrumento, pueda ser considerado como moneda debe cumplir, en algún grado, tres funciones: medida de valor, medio de cambio y bien para atesorar. Las diversas formas monetarias cumplen estas funciones de manera muy asimétrica. El oro o la esmeralda, por ejemplo, son muy buenos para atesorar, pero son pésimos medios de cambio.
El dólar es un excelente medio de cambio internacional, pero no es tan bueno como el oro para atesorarlo. El peso colombiano es muy buen medio de cambio en el país, pero es pésimo medio de cambio fuera de Colombia, y es poco atractivo como reserva. A una moneda no se le pide que cumpla de manera óptima las tres funciones, sino que lo haga más o menos bien. La función más difícil de juzgar, y la que ha desatado numerosos debates conceptuales, es la de medida del valor. Continuará siendo un misterio entender la forma como se define el valor de los bienes.
En Venezuela ninguno de los instrumentos que se han propuesto en los últimos años como moneda - el bolívar, el soberano, el petro -, cumple las funciones señaladas por Aristóteles. La más inmediata, que es la de medio de cambio, es imposible cuando la inflación alcanza los niveles astronómicos que se observan en Venezuela. Si la moneda no es medio de cambio pierde su aceptabilidad y ya no puede intercambiar bienes. Sin confianza en la estabilidad del dinero, el acto de comprar y vender no se puede realizar de manera satisfactoria. Aparecen, entonces, diversas modalidades de trueque que elevan de manera exorbitante los costos de las transacciones. El punto de referencia se pierde y se buscan parámetros que sean relativamente estables como el dólar. Poco a poco numerosas operaciones se dolarizan de manera pasiva. Es decir, tienen como referencia una moneda externa. Es la única manera de amarrar contratos como el de arrendamiento. Numerosas operaciones se realizan teniendo como referente el dólar, sin que sea una moneda de uso corriente, y sin que haya claridad sobre la tasa de cambio, que se requiere para ir actualizando los pagos que todavía se intentan hacer en bolívares, en soberanos, o en cualquier otro instrumento.
Al no existir un medio de cambio la contabilidad de los particulares, de las empresas y del gobierno, termina siendo gaseosa. Nadie sabe cuánto valen sus activos, ni cuál es su capacidad de compra real. No es posible estimar el valor del PIB, ni el de la línea de pobreza, ni el de los diferentes activos. En las estadísticas internacionales, ya se excluye a Venezuela porque cualquier estimación es espúrea. Las estimaciones tienen que hacerse en unidades físicas, pero estas mediciones no pueden ser agregadas. Los barriles de petróleo no se pueden sumar a las toneladas de carbón.
Ningún instrumento propuesto por Maduro podrá cumplir la función de moneda. La moneda es una institución muy frágil que se va legitimando a medida que la confianza aumenta. Sin confianza la moneda se derrumba. Y con Maduro ya no es posible construir confianza.