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La polarización política es profunda. Los grupos están en los extremos. No hay
diálogo, sino insultos permanentes y dogmatismo excluyente, de izquierda y de derecha. La sociedad, en medio de los grupos irreconciliables, expectante, con sus grandes problemas sin resolver. Con las esperanzas puestas en que en las elecciones presidenciales de mayo próximo será elegido un presidente-Mesías, que rescate a Colombia.
De la polarización no puede esperarse sino el ahondamiento de las diferencias
Necesitamos posiciones políticas con verdadero diálogo y entendimiento,
auténtico y civilizado, no centrado en los consabidos improperios y
descalificaciones personales, que crea dos países distintos. El país parlanchín,
que anuncia siempre cambios inminentes, y el país real, convertido en un
gigantesco problema social, cuyo eje es la inequidad económica. Pero no se toma en serio el tema, como si las cifras fuera un invento de los organismos
internacionales.
Distanciamiento de clases
La clase política posee, según Claudio Orlando, una extraña “solidaridad de clan, de intereses creados, de grupo, cuya única fuerza de cohesión es la hostilidad hacia los demás”, que con “su comportamiento sedicioso (de sublevación de las pasiones), ha conseguido hacer risible e inoperante la democracia”. Son palabras fuertes pero expresivas de una situación que no ofrece visos de cambio. El hecho del ausentismo y el desinterés de la juventud por la política es una clara demostración de su actitud frente al modo habitual de hacer política, que no les atrae en absoluto.
Seguramente en el debate electoral oiremos hablar de revolución, de cambio, de políticas de izquierda, de renovación social profunda, y de cosas parecidas, pero mucha gente las oirá con desencanto por enésima vez. Les aplican aquella terrible frase del Dante: “in mezzo al mare che un paese guasto”, en medio del mar hay un país podrido, pero, según los políticos, “próspero y en desarrollo”. En realidad, los únicos prósperos son algunos políticos, funcionarios públicos y empresarios, que han hecho de la corrupción su propia profesión.
Los extremos sociales se dan por el distanciamiento de las clases en torno al
ingreso, a la falta de igualdad de oportunidades, de acceso a la salud, a la
educación y al empleo. La reforma fiscal reciente castigó a las clases trabajadoras y a los independientes, y el aumento del IVA se constituyó en un factor de desigualdad en contra de los menos favorecidos. Estamos en una economía en recesión e inflacionaria.
Esta situación de polarización social “priva, según Salvador Bernal, a los
ciudadanos de su libertad, de su capacidad de compromiso y de riesgo, de su
responsabilidad, de su condición humana”. Se disminuyó la presión de la violencia destructora del terrorismo de los grupos al mergen de la ley, pero se mantiene la presión de la violencia social que utiliza mecanismos más sutiles que aquella, pero igualmente nefastos para la mayoría de la población.
El bien común, punto de encuentro
En realidad un pueblo es “una reunión de personas unidas por la común
aspiración a los que aman” (S.Agustín). Una verdad sencilla y clara. Amar ese
pueblo es buscar su bien común, que es de todos, que no es de ningún grupo
político. Pero ese bien hay que ponerlo por encima de los intereses de partido, de grupo y personales, para que haya verdadera cohesión social.
Lo que puede evitar la polarización es centrar la atención de todo los grupos en el bien común del país, para hallar ahí vías de encuentro, bases comunes para un proyecto de país que lleve a trabajar por él por encima de las ideologías, y con sostenibilidad hacia el futuro. Aunque haya cambios políticos en el poder, hay cosas que se respetan, que se sigue trabajando por ella para que haya verdadera institucionalización y de desarrolle un verdadero proyecto de país. Colombia no puede ser “una inmensa caravana extraviada”, ni mucho menos una muchedumbre de solitarios”.