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1. Existe una profunda polarización política y social que divide a los colombianos.
La polarización política es profunda. Todos los grupos están en los extremos. No hay diálogo, sino insultos permanentes y dogmatismo excluyente, de izquierda y de derecha. Y la sociedad se queda sola, en medio de los irreconciliables, expectante, con sus grandes problemas.
2. No hay verdadera cohesión social como nación, ni proyecto de país compartido.
No se integra un cuerpo social con unidad de sentido, ni se comparte un proyecto común de todos. Predominan los intereses políticos de grupos cada vez con menos ideología y menos programas. Hace falta un nuevo pensamiento político, como un gran proceso de construcción de un nuevo país.
3. La inequidad produce diferencias económicas y sociales profundas.
La desigualdad económica y social continúa creando abismos de clase e injusticias. Las élites de poder dan las espaldas a las necesidades de la inmensa mayoría de la población en estado de pobreza. Los que más tienen no piensan seriamente en los que menos tienen, como si no pasara nada.
4. Estamos invadidos por un consumismo que nos hace individualistas y egoístas.
El consumismo afecta a todos los sectores sociales y está muy relacionado con el ritmo frenético de tener más para gastar más, y el afán de dinero fácil, que lleva de la mano al individualismo y al egoísmo, con deseos de adquirir más, que engendra violencia. El relativismo borra las fronteras éticas, y moralmente todo da lo mismo.
5. La impunidad de la justicia amenaza seriamente la gobernabilidad del Estado.
La justicia en Colombia está en una situación deplorable. Cientos de miles de casos sin resolver; y la corrupción invade todos los órganos del poder; la ilegalidad amenaza la nación y la estabilidad jurídica del Estado. Más que reformar la justicia hay que reformar a la conciencia de quienes la imparten, y combatir de verdad la impunidad.
6. La corrupción es un fenómeno gigantesco que amenaza de muerte al Estado.
La corrupción, peor que la dictadura o el genocidio, es el enemigo número uno de la democracia, del Estado, de sus instituciones y de la política. Atenta contra la dignidad y los derechos humanos, incrementa la pobreza y amenaza la gobernabilidad y aumenta el desinterés por lo público.
7. Perdimos la confianza en el Estado, los políticos y en las instituciones públicas
La gente no cree en las instituciones públicas, ni en el Estado, ni en el gobierno, ni en el Congreso ni en la justicia. En todos ellos hay escándalos, que los desvían de su misión y los ponen al servicio del afán de poder y de dinero. Una minoría corrupta se impone a la inmensa mayoría correcta.
8. No existe solidaridad que haga de nuestra sociedad una verdadera comunidad.
Predomina el individualismo y el desinterés por el bien común, y no hay una sincera y constante preocupación por el otro y por construir una auténtica comunidad. Los lazos comunitarios son muy débiles; en los diversos tipos de encuestas sobre valores éticos, la solidaridad es el peor calificado entre estudiantes y en entre organizaciones de todo tipo.
9. Las jóvenes generaciones no se forman como ciudadanos para construir futuro.
La educación no prepara ciudadanos de verdad, sino individuos que buscan ante todo el éxito económico y escalar socialmente, no para servir a los demás y construir comunidades, sino para “triunfar en la vida”. Cuando deberían formarse personas cabales, ciudadanos para compartir, para convivir y ser solidarios.
10. Hay crisis de liderazgo y ejemplaridad en la clase dirigente a todos los niveles.
Un pueblo, una nación, necesitan héroes y ejemplos vivos. En Colombia el heroísmo está pasado de moda. No volvemos la mirada a los héroes del pasado. Y en el presente predominan los famosos del espectáculo y el deporte. Hay una tremenda falta de ejemplaridad en la clase dirigente y de modo especial entre los políticos y gobernantes.