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El recién posesionado presidente de Argentina, Javier Milei, anunció esta semana un paquete de medidas que busca corregir la esclerótica economía del país austral, plagada de fricciones, un insostenible gasto público y una rampante inflación. El plan anunciado es coherente con su discurso de asunción del pasado 10 de diciembre. El presidente Milei prometió un ajuste de la economía argentina. Un ajuste feroz.
El plan de austeridad busca una reducción del déficit fiscal de 5,2% del PIB en 2024, 2,2% mediante recaudo y 2,9% de recorte de gasto. En campaña, Milei utilizó el símbolo de la motosierra, emblema de su objetivo de reducir el tamaño del Estado.
Los detalles están aún por definirse, pero la ambición no es menor. Un plan de choque de 5% del PIB es inédito, más si se tiene en cuenta que el ajuste fiscal en otros países alcanza en promedio 2,5% del PIB.
De la experiencia internacional, solo 25% de los planes de austeridad fiscal logra alcanzar una cifra de 5% del PIB. Las probabilidades están en contra de Milei, pero pocos países alcanzan un nivel de disfuncionalidad como el que ahora exhibe la economía argentina.
Dentro de las medidas anunciadas se encuentra la reducción del número de ministerios de 18 a 9 y las secretarias de 106 a 54, la no renovación de contratos laborales firmados durante el último año, la suspensión del gasto en publicidad estatal por un año, la cancelación de nuevas licitaciones de obra pública, la reducción de las transferencias fiscales discrecionales a las provincias, un aumento en los impuestos a las importaciones, pero eliminando el complejo sistema que hoy las restringe y la reducción de los subsidios de transporte y energía a partir de enero de 2024.
Esta última medida, que puede ser de las más difíciles de implementar, está aún por precisar. El gobierno de Milei también anunció un aumento de 50% de las transferencias en los programas sociales de alimentación y manutención familiar y una devaluación del tipo de cambio oficial, que pasó de 420 a 820 en la pantalla de negociación, equivalente a una depreciación de la moneda de 50%, aproximadamente.
Este ambicioso paquete de medidas, que tendrá que perfeccionarse en las próximas semanas, y que seguro es a su vez un preámbulo de un plan más ambicioso de reformas, es una terapia de choque, que reconoce que el gradualismo ya no es posible. Los mercados financieros externos han perdido la fe en planes graduales y parciales.
Sin la confianza de los inversionistas, Argentina tendrá que experimentar un episodio de ajuste brutal, con el fin de evitar una inflación galopante destinada a convertirse en una hiperinflación en los próximos meses.
Las protestas y el malestar del ajuste también asoman a la vuelta de la esquina. En un país plagado de fricciones, donde cada tara a la economía de mercado ha creado una renta, y con un segmento de la población que se ha acostumbrado a vivir a costa de otro, no será fácil sincerar las cuentas.
El resto del mundo mira expectante. El pronóstico es reservado y, como en una buena exhibición de tango, es imposible anticipar el próximo movimiento. El recordatorio para el resto de América Latina es simple: evitar a toda costa llegar a un equilibrio tan infortunado. El deseo, sí unánime, es que el pueblo argentino logre corregir su rumbo, y que después este ajuste feroz venga una recuperación de su economía como nunca se ha visto.