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Al inicio de la pandemia la expresión “aplanar la curva” se volvió familiar. En ese momento uno de los principales objetivos de política pública era suavizar el número de contagios y evitar el colapso del sistema hospitalario. Superada la pandemia, y en medio de un choque inflacionario, hemos visto el aplanamiento de otra curva: la curva de rendimientos. Dicha curva se utiliza para ilustrar la relación entre tasas de interés y plazos. En semanas recientes hemos visto los títulos que emite el Gobierno a tasa fija, los conocidos TES, a tasas cercanas a 12% independientemente de su fecha de vencimiento. En otras palabras, un TES 2025, uno de 2026 u otro con vencimiento 2032 tienen actualmente tasas de descuento cercanas a 12%.
Usualmente la curva de rendimientos no exhibe tasas parejas, sino tasas más altas a plazos más largos, lo que se conoce como una curva empinada. Es usual que los inversionistas exijan mayores tasas para títulos de largo plazo en compensación por la incertidumbre asociada al riesgo inflacionario o de incumplimiento, que aumenta con el horizonte de vida del bono. En palabras más simples, un bono de un año usualmente exhibe una tasa menor que uno a 10 años, ya que el título de más largo plazo está sujeto a más riesgos. Esto resulta más evidente en un país en desarrollo, como el nuestro, donde la incertidumbre a largo plazo puede ser mayor por la volatilidad económica y la inestabilidad política.
El reciente aplanamiento de la curva de rendimientos en nuestro país se explica en parte por el aumento de las tasas de interés de corto plazo del Banco de la República. No obstante, en respuesta a la pérdida del grado de inversión en 2021, la actual incertidumbre sobre política económica y quizás el temor de un choque inflacionario mucho más duradero, las tasas de largo plazo también han subido de manera significativa.
En la actual coyuntura el objetivo de política no es aplanar la curva, como en tiempos del covid, sino que la curva se invierta: tener tasas altas en el corto plazo y bajas en el largo plazo. Otros países de la región, como Chile, Brasil y México, ya tienen una curva invertida. Una curva invertida permitiría que buena parte de la moderación en la demanda sea en planes de consumo y no en proyectos de inversión. También sería una señal de que el Banco de la República, próximo a tomar una nueva decisión de tasas, hizo su tarea al responder al choque de precios con mayores tasas de corto plazo, anclando las expectativas de inflación de mediano y largo plazo. Por ahora, tanto los analistas como el mercado no ven la inflación en Colombia regresando a la meta de 3% por un par de años.
La inversión de la curva también puede anticipar una caída en la actividad económica, como lo ha hecho en Estados Unidos tradicionalmente. No obstante, en países escasos de capital, como el nuestro, y con primas de riesgo altas, resulta muy importante mantener las tasas de financiamiento de la inversión a mediano y largo plazo en niveles estables, así que no es claro que una curva invertida sea necesariamente mala noticia. Anuncios más asertivos sobre la agenda de reformas y un plan realista frente a la transición energética por parte del Gobierno, tendrían un efecto muy positivo sobre los mercados, ayudando a reducir la prima de riesgo y las tasas de largo plazo, y por ende ayudando a invertir la curva.