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El término de Jobless Recovery se acuñó en la literatura académica anglosajona para describir los episodios de recuperación económica en los cuales el nivel de empleo exhibe un rezago con relación al producto. Diferentes episodios de la economía de Estados Unidos, como la recuperación a las crisis de 1991, 2001 y 2009, son un ejemplo de este concepto: la actividad económica se reactivó en estos casos mucho más rápido que el mercado laboral.
Aunque el proceso de recuperación de nuestra economía es aún insipiente, y se ha visto interrumpido en varias ocasiones por renovadas medidas de confinamientos, como en agosto del año pasado o enero de este año, preocupa que tengamos una recuperación sin empleo. Algunos sectores ya dan evidencia temprana de dicho fenómeno.
La industria, por ejemplo, logró cerrar 2020 en terreno positivo en materia de producción con una tasa de crecimiento anual de 1,5% en diciembre. No obstante, y a pesar de la recuperación en la producción, el empleo industrial cayó 4,8% en el mismo período. En el comercio se observa un fenómeno similar. Mientras las ventas reales lograron recuperarse hacia finales del año pasado, alcanzando de hecho un crecimiento de 4% anual en noviembre pasado a raíz del Día sin IVA, el empleo en el sector cayó 7,1% en términos anuales en diciembre. Las cifras a nivel regional replican este patrón. En Bogotá, una de las ciudades de peor desempeño económico en 2020, la producción industrial terminó 2020 con una caída 2,6%, mientras el empleo se redujo 9%. En Antioquia, uno de los pocos departamentos que logró una reactivación de la industria, la producción de dicho sector creció 6,8% en diciembre de 2020 en términos anuales, mientras el empleo se redujo 4,7% para el mismo periodo de referencia.
Todos estos datos sugieren que estamos experimentando un Jobless Recovery en la economía colombiana. Una recuperación sin empleo es preocupante por sus efectos en la distribución del ingreso y en la tasa de crecimiento de mediano y largo. Es cierto que el tipo de choque económico que experimentamos empujó a las empresas a automatizarse y tecnificar procedimientos, y aceleró los procesos enfocados en implementar canales electrónicos de ventas, lo cual redundará en ganancias de eficiencia y productividad. Pero también es cierto que el país tuvo un aumento importante del salario mínimo y no ha progresado en materia de flexibilidad y costos laborales de los empleos formales.
Ahora, ad-portas de que inicien las sesiones del Congreso, se escuchan múltiples voces advocando por la ampliación de programas de transferencias sociales. En esta columna, hace pocas semanas, hablé de la importancia de evaluar los méritos del programa de Ingreso Solidario, con el objetivo de hacerlo permanente. Pero, escuchando algunas de las propuestas de varios partidos políticos, parece que la única idea en materia de políticas públicas es la de aumentar las transferencias sociales. De hecho, la carrera de moda parece ser ofrecer el paquete de subsidios más grande, sin reparar en la necesidad de centrar la discusión sobre la importancia de tener una plena recuperación del mercado laboral. Más allá de las virtudes de los programas de transferencias, ya sea con Ingreso Solidario o esquemas de renta básica semi-universal, dichos programas no son sustitutos de políticas que busquen promover el empleo.