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El presidente Gustavo Petro debutó en la Asamblea General de las Naciones Unidas con un discurso ambicioso, recargado en figuras literarias, con ideas inconexas amalgamadas a la fuerza por su retórica, y con múltiples llamados a la comunidad internacional. Tantos mensajes, que quizás para los espectadores globales, no locales, el discurso terminó siendo poco efectivo, por lo incorpóreo. La inauguración del presidente en dicho foro tuvo un simbolismo importante, que los colombianos discutiremos con fervor durante los próximos días, pero que en el foro global pasó en buena parte desapercibida, en un momento donde los mercados internacionales esperan ansiosamente indicios sobre la política monetaria en Estados Unidos, y la guerra en Ucrania, así como el difícil invierno que se le espera a Europa, acapara la atención de la comunidad internacional. La prensa extranjera le dio poca cobertura al discurso de nuestro presidente.
Los reflectores de su intervención apuntaron más hacia adentro, que hacia afuera, a pesar de que su mensaje tuvo vocación global. Algunos acordes tocaron fibras que realmente resuenan en el sentimiento nacional, en particular el mensaje del fracaso de la guerra contra las drogas. No es la primera vez que un mandatario colombiano hace un llamado a repensar dicha política. Santos ya había transmitido un mensaje similar en una de sus alocuciones en el recinto de las Naciones Unidas. No obstante, el discurso de Petro fue más audaz, más acucioso, así como en algunos apartes imprudente.
Colombia ha sido uno de los países que más ha sufrido por el flagelo del narcotráfico, y por lo tanto es fácil tener empatía con el reclamo a los países industrializados, a pesar de los vericuetos argumentativos, de la futilidad de la política de lucha contra las drogas. El reclamo es válido y compartido por muchos en el país.
El problema, es que ni el presidente, ni sus contrapartes relevantes en el tema, tienen una receta clara de cómo superar la situación actual. Está claro que la interdicción a rajatabla poco ha servido. Pero no es claro cómo transitar a un mercado regulado por el Estado, en especial en un país como el nuestro con baja capacidad de organización y ejecución.
En Colombia mercados regulados en el papel hay muchos, pero en la práctica abundan los emporios de la ilegalidad. Debemos liderar la discusión, pero necesitamos de la cooperación internacional para superar de una vez por todas la maldición del narcotráfico. Por esa misma razón, si bien el reclamo hacia los países desarrollados es justo, en esta iniciativa debe primar los puntos de encuentro, no solo el recuento de las cicatrices que la lucha contra el narcotráfico nos produce.
En la arena local, una señal malinterpretada que lleve a un aumento importante de los cultivos y del tráfico de estupefacientes bajo la quimera de que estamos próximos a una solución global sería un grave error. Buena parte de nuestra conflictividad interna gravita en torno a las disputas de las enormes rentas asociadas a la ilegalidad. El Gobierno debe avanzar en la agenda externa, pero no perder de vista la necesidad de seguir construyendo una Colombia legal. Esto último viene de la mano de más y mejores oportunidades para la gente y de más crecimiento económico. En esta ecuación, la receta inédita del decrecimiento no solo no cuadra, sino que resta para dicho propósito.