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Analistas 07/11/2024

Dana. La responsabilidad de la academia para enfrentar la crisis climática

José Ismael Peña Reyes
Profesor Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional de Colombia, director de la cátedra Unesco en Educación Superior en Regiones Aisladas y del Centro de Pensamiento en Estructuración de la Sustentabilidad en Educación Superior
José Ismael Peña

José Ismael Peña

Foto: José Ismael Peña

Lluvias de hasta 500 litros de agua por metro cuadrado produjeron en Valencia, España, inundaciones descomunales que dejan un saldo de al menos 217 fallecidos y 89 desaparecidos. Dana es la sigla de un fenómeno natural denominado Depresión Aislada en Niveles Altos.

Se presenta cuando una gran masa de aire frío se desprende de una corriente de aire polar y queda aislada en las capas altas de la atmósfera. Cuando esta masa de aire frío desciende, se encuentra con el aire a temperaturas más altas que está sobre el mar Mediterráneo produciendo una gran inestabilidad atmosférica que genera fuertes e intensas lluvias, tormentas, granizo y vientos huracanados.

Si bien es cierto que estamos ante fenómenos naturales periódicos, la ciencia nos informa que se presentarán más frecuentemente. A medida que aumenta la temperatura del planeta, la del agua del mar también aumenta y en las zonas polares se produce el deshielo que suelta las masas de aire frío y, en consecuencia, podrán aumentar la probabilidad de presencia de este fenómeno de manera más frecuente.

No será solo en el Mediterráneo, en el resto del planeta, en nuestros litorales, este tipo de fenómenos meteorológicos también aumentarán su frecuencia y su fuerza.

La evidencia científica del Antropoceno, denominación propuesta para reflejar el impacto de los seres humanos en el planeta, es abrumadora e innegable. Sin embargo, las ciencias humanas dan cuenta de por qué razón, a pesar de contar con esa evidencia que se ha venido recabando en los últimos 55 años, los seres humanos actuamos de manera lenta, descoordinada y totalmente insuficiente para actuar frente al cambio climático.

Razones de tipo sicológico y social que incluyen el negacionismo y la desconfianza de una gran parte de la población hacia la ciencia son soportados en sesgos cognitivos, ideológicos y miradas desde intereses económicos particulares que se ven acompasados de los “tecnosolucionistas” quienes creen que la tecnología nos va a salvar de todos los males.

Además, la mayoría de las personas sienten que, a pesar de ver los desastres naturales todos los días, estos siguen sucediendo en televisión y alejados de su cotidianidad, o piensan que el problema es tan grande que la acción individual no hará ninguna diferencia.

A esto se suma la altísima complejidad del problema, con múltiples variables interconectadas que dificultan a los científicos comunicar de forma clara para mejorar la comprensión de la ciudadanía y, aún peor, dificulta la comprensión en los empresarios, en los políticos y en todos aquellos responsables de tomar las grandes decisiones.

Es importante entonces, insistir en la tarea indelegable de la academia para formar a los expertos que realizan las investigaciones en cambio climático y al mismo tiempo, de manera integral y transversal a los y las ingenieras que deben diseñar la transición energética y descarbonizar la industria y a las y los profesionales de las ciencias humanas en el desarrollo de proyectos que permitan superar el “tecnosolucionismo” que solo privilegia a la investigación científica en la búsqueda de innovaciones tecnológicas futuras que pudieran reducir las emisiones en lugar de abordar de manera frontal el problema conjunto y complejo de la emergencia climática y, por ende retrasa las acciones que podríamos estar tomando sobre el clima.

Un cambio de actitud es muy urgente y a esa investigación hay que inyectarle recursos que por supuesto los tecnosolucionistas impiden.

Los industriales, los políticos y en general los tomadores de decisiones se forman en las universidades. Por ello, la universidad debe aprovechar esta situación para formarlos de tal manera que comprendan sistémicamente el problema, haciendo investigaciones que permitan entender y generar cambios en los comportamientos de los ciudadanos y de los tomadores de decisión.

Debemos invertir en investigaciones científicas que nos ayude con la transición energética e industrial pero también es necesario invertir en unas ciencias humanas que nos ayuden a comprender el problema y gestionar los cambios culturales de la humanidad. Pensemos en una analogía con el tabaquismo o con la comida chatarra.

El paciente sabe hoy día que, si no cambia su forma de consumir, su salud y su vida corren grave peligro y aun así gran parte de los pacientes no cambia sus hábitos.

Además de investigar en nuevos medicamentos para tratar el cuerpo del paciente, debemos saber cómo generamos cambios en los comportamientos individuales y sociales que salven las vidas de muertes prematuras para el caso de este ejemplo y a toda la humanidad para enfrentar la crisis climática, la academia tiene la tarea.

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