ANALISTAS 15/04/2025

La esperanza como antídoto contra el miedo y la inacción

Dos de las consecuencias negativas de la situación actual global y nacional son el aumento del miedo y de la desesperanza. Frente a la columna anterior sobre el impacto de la inteligencia artificial generativa en educación superior, algunas personas me han escrito comentando sobre el fin de la universidad como institución, de la disminución de aspirantes a la educación superior, de la ausencia de futuro para la juventud y de escenarios apocalípticos. Los cuales se incrementan por los recuerdos del quinto aniversario de la pandemia de covid-19, sumado a las guerras y conflictos militares y económicos globales, al recrudecimiento de la situación de violencia en varias regiones de nuestro territorio y al clima de violencia en redes sociales y en los discursos cotidianos.

El miedo ha sido utilizado desde la antigüedad como instrumento de control social. Platón, Aristóteles, San Agustín, Maquiavelo o Hobbes, entre otros, han argüido que el miedo y el caos lleva a las personas a aceptar la autoridad de un Estado fuerte que los proteja. El concepto de “hegemonía cultural” de Gramsci describe cómo los grupos de poder utilizan la cultura y las instituciones para mantener el control y evitar que las masas cuestionen el sistema. Los violentos y los mafiosos siempre han sabido que el miedo les facilita consolidar su poder.

Pero mientras el miedo paraliza, la esperanza nos inspira a actuar y a buscar orientación en medio de la dificultad. Para que tenga este poder transformador, la esperanza debe estar acompañada de acción que permita imaginar y construir un futuro distinto. Una pasión por lo que aún no existe. Por eso la inteligencia artificial no reemplazará a la universidad. La máquina usa y combina la información existente que día a día se incrementa extrayéndonosla y archivándola para futuros usos. Información de todos los aspectos de nuestra existencia y de lo que pasa en el planeta, incluso fuera de él. Muy poderosa para el cálculo, pero incapaz de contagiar pasión y amor por el conocimiento. Por el contrario, la academia debe buscar lo que no existe. Imaginar y construir un mundo mejor que supere las limitaciones y enfrente los retos del presente.

En mayo se cumplen cuatro años del fallecimiento del profesor chileno Humberto Maturana. Para Maturana, la desesperanza surge cuando los individuos sienten que no tienen opciones ni posibilidades de acción frente a los desafíos que enfrentan. Maturana plantea que el amor es el fundamento del ser humano y que la violencia, el terror y el desamor son traiciones al amor y a la confianza. De este modo, nuestro papel como educadores es potenciar la esperanza y el amor que coadyuven al desarrollo integral de los estudiantes. Es fomentar un ambiente de confianza, de colaboración, de amor por el conocimiento, donde puedan desarrollar su capacidad de reflexión crítica y creatividad. Contra el lenguaje violento que pretende crear desesperanza y miedo, la educación superior debe promover la esperanza, el respeto y la empatía.

Diferentes estrategias pedagógicas pueden ayudar a luchar contra la desesperanza. Los retos académicos son una de ellas. Que los estudiantes puedan explorar y comprender las consecuencias de sus acciones en la teoría y en el laboratorio. También, la reflexión autónoma y en grupo para reconocer patrones de comportamiento y poder asumir responsabilidades de manera colaborativa. El aprendizaje basado en proyectos y problemas que la Universidad Nacional desarrolla en el Peama Sumapaz ha mostrado ser una fuente de construcción de esperanza en estudiantes de zonas rurales con muchas dificultades. Así mismo, el aprendizaje basado en servicio al conectar la academia con las necesidades reales de una comunidad permite vivir la experiencia de cambios positivos a través del conocimiento y la acción colectiva. Las habilidades que se desarrollan en estas dos formas de aprendizaje activo mejoran la autoconfianza y dan a los jóvenes herramientas para enfrentar desafíos futuros con optimismo. Al estar en contacto con las comunidades, los estudiantes desarrollan empatía y comprensión lo que permite fortalecer su formación integral como ciudadanos del mundo y adquirir un compromiso mayor con la justicia social y la construcción de un futuro mejor.

Es innegable que las universidades tienen que cambiar de manera urgente. La nueva educación superior requiere tecnología, inteligencia artificial, formación asincrónica y no situada y fortalecimiento de la capacidad de crear y comprender críticamente la ciencia y la tecnología. También debe permitir la comprensión de los desafíos y sufrimientos de sus congéneres que, con una fuerte dosis de trabajo colectivo y colaborativo en proyectos reales, muchos de ellos como servicio y co-aprendizaje con comunidades, son un valioso antídoto contra la desesperanza y el miedo. Como Cortázar escribió en Rayuela: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. Nos pertenece a todos como colectivo.