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Al iniciar el siglo XX, en el Amazonas se producía 95% del caucho que circulaba en el mercado mundial. Había una explosiva demanda proveniente de fábricas alemanas, francesas, inglesas y norteamericanas, debido a la mundialización de la bicicleta, del automóvil y de los cables de telecomunicaciones. El caucho se extraía de la planta Hevea brasiliensis o siringa.
Colombia había dejado de ser el principal productor mundial de quina en los primeros años de la década de 1880. Producto que se utilizada principalmente en el tratamiento de enfermedades como la malaria. Con el derrumbe del comercio de quina a partir de 1884, la mano de obra y la infraestructura que manejaba su transporte a través de los ríos de la Amazonia, Caquetá y Putumayo se encontró con la demanda de caucho que se extraía de la misma región.
Sin embargo, esta bonanza tuvo un costo humano devastador. Las condiciones de aislamiento geográfico de la región donde se extraía el caucho y la codicia de las casas comercializadoras de la zona constituyeron un imperio económico forjado sobre la sangre de más de 60.000 indígenas y colonos muertos bajo un régimen de tortura y terror. La casa Fitzcarrald, la Funes o la Arana y su versión internacional Peruvian Amazon Rubber Company adaptaron un método de extracción que ya se usaba en la explotación de las minas y se conocía como el “endeude”: el recolector de caucho recogía el producto cortando la corteza de los árboles, así debía recorrer cada día diferentes caminos para buscar nuevas fuentes; el producto de los recolectores se entregaba a un patrón que había puesto el dinero para la faena, dinero que provenía de un préstamo de las mismas casas quienes controlaban el mercado internacional, ubicadas en Belém de Pará sobre el río Amazonas.
En 1909, el ingeniero norteamericano Walter Hardenburg publica en Londres su experiencia de dos años observando la crueldad con la que se explotaba a los indígenas y siringueros. Poco después, el cónsul británico en Río, Sir Roger Casement, conocido por sus investigaciones sobre las masacres del Congo, corroboró y amplió las denuncias. Su informe concluyó que “los crímenes del Congo son una bagatela comparados con las atrocidades del Putumayo”. Estos documentos históricos, conocidos como el Libro Azul (1912) y el Libro Rojo del Putumayo (1913), son testimonios de uno de los episodios más oscuros de nuestra historia.
La publicación de La Vorágine de José Eustasio Rivera en 1924 marcó un hito en la literatura colombiana y latinoamericana. Más allá de ser una obra maestra del realismo social, es un grito de denuncia que resuena hasta hoy, recordándonos los crímenes y la devastación que marcaron la historia de la Amazonia. La novela denunciaba que los crímenes contra las comunidades indígenas de la región seguían y que a pesar del proceso que se había iniciado en Inglaterra, la casa Arana continuaba con sus atropellos a la población. Rivera buscaba una justicia que nunca llegó y permitió que Julio César Arana, impunemente fuera senador de la República del Perú entre 1922 y 1929.
En el centenario de La Vorágine, diversas instituciones han rendido homenaje a esta obra monumental con excelentes ediciones. La Universidad Nacional ha reimpreso la primera edición de 1924, dirigida por Carlos Páramo, que entre otras riquezas tiene una mirada transdisciplinar y facilita la contextualización histórica y social. La Universidad de los Andes también tiene una excelente edición cosmográfica que “busca mostrar las líneas de fuerza que organizan el universo de La Vorágine” editada por Margarita Serje y Erna von der Walde. Cangrejo Editores ha logrado una joya editorial con un proemio y un trabajo biográfico de Rivera realizado por Félix Ramiro Lozada Flórez el cual además es acompañado de la geografía de la novela, y una linda galería de fotos y documentos de la época. Felicitaciones a Leila Cangrejo por ese trabajo. El Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes nos enriquece con Raíces históricas de La Vorágine y una edición de la novela con un escrito de Juan Carlos Flórez Arcila: “La Vorágine: una odisea sin regreso a Ítaca”.
Publicaciones previas de esta obra también deben ser exaltadas, la de Panamericana, 2019, con el prólogo de Germán Espinosa, la de Santillana, 2020, con prólogo de Ricardo Silva Romero y un comentario de Andrés Hurtado García y la versión para estudiantes de liceo, acompañada de recursos pedagógicos del Plan Nacional de Lectura, 2016. El acercamiento a esta obra desde múltiples miradas, es igualmente posible gracias la compilación de Montserrat Ordóñez de 1987 con un aparato crítico que permite navegar al lector de una manera profunda y a la cronología de Juan Loveluck en la versión reimpresa en 2023 por la Fundación Biblioteca Ayacucho.
La Vorágine no es solo una novela, es un recordatorio de los costos humanos y ambientales de la idea de progreso desmedido. Hoy, un siglo después, su mensaje sigue siendo urgente: proteger nuestra Amazonia y honrar la memoria de quienes sufrieron y siguen sufriendo por cuenta del desarrollo. Releer La Vorágine hoy para que estas historias no se olviden, es un acto reivindicación y resistencia.