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Actualmente estamos viviendo las repercusiones de una pandemia que cambió para siempre la forma en que entendemos el mundo globalizado. Además, la crisis climática, la crisis energética, la recesión económica y los nuevos retos derivados de los cambios trascendentales a los que nos enfrentamos como país y como sociedad se sienten cada vez más urgentes y nos generan incertidumbre. Por eso, hoy más que nunca, nuestro pasado inmediato y presente son percibidos como momentos que sería ideal olvidar o evitar. Sin embargo, pensar de esta manera nos va a privar de uno de los mejores momentos de nuestra historia reciente para cambiar nuestro rumbo hacia un futuro más justo y significativo, en el que podamos priorizar lo que es verdaderamente importante. Por eso, quisiera dedicar este espacio para compartir un concepto que encontramos en el positivismo y podemos aplicar de manera transversal para nuestro crecimiento individual y colectivo, me refiero al kintsugi.
El kintsugi es una técnica centenaria que surge del trabajo artesanal en cerámica en Japón. Básicamente consiste en reparar los objetos que se han roto con polvo de oro. Contrario a lo que se podría esperar en Occidente, es un método que sugiere que un artefacto roto no pierde su valor, ni debe ser relegado al olvido o tirarse a la basura. Más bien, es una oportunidad para encontrar la belleza en lo que otros consideran dañado. No en vano, cada jarrón o cuenco que ha sido arreglado con esta técnica, se convierte en una pieza única que no esconde sus fracturas, sino que las celebra porque son parte esencial de su historia de cara al futuro.
Ahora bien, la pregunta clave es ¿cómo podemos trasladar esta práctica a nuestra cotidianidad individual y colectiva? Lo primero que debemos aceptar es que evitar por completo el dolor, los conflictos y las fricciones es algo imposible. De hecho, es contraproducente, ya que pretender que nada malo suceda inevitablemente nos llevará a la frustración. No obstante, lo que sí podemos controlar es la manera en que afrontamos la adversidad y el lugar que le damos en nuestra vida. Por eso, al momento de encontrarnos con un momento de ruptura es tomar un paso atrás, no pensar de manera automática y actuar bajo impulsos. Hacerlo puede llevarnos a ser injustos con nosotros mismos y no ver las cosas con suficiente perspectiva y lucidez. Una vez hemos tomado algo de distancia ante lo ocurrido, podemos empezar a pensar cómo podemos integrar dicho episodio en nuestro relato de vida o social. Entonces, la clave está en aprender a abrazar ese dolor, a convivir con él y aprender a dominarlo, no dejar que nos domine a nosotros. Lo mismo aplica a nivel colectivo. Así habremos construido una herramienta para el diálogo y la comprensión.
Por eso, mi invitación acá es que cada uno de nosotros cerremos nuestros ojos e intentemos pensar en un momento de nuestra vida que hayamos querido pasar por alto, no para quedarnos estancados en el dolor o la vergüenza que nos pueda generar, sino para mirarlo bajo un nuevo lente, ese que nos ofrece el kintsugi. Uno en el que podamos reconocer que no todo en nuestra vida ha de seguir un rumbo perfecto, sin tropiezos, donde cada paso es uno más en el camino ideal hacia el éxito.
Quizás si escuchamos lo que los artesanos japoneses tienen que decirnos, podremos dejar de sentirnos avergonzados o tristes por nuestro pasado para empezar a enorgullecernos de él, encontrarle el valor haciendo brillar aquella fractura o cicatriz que nos hizo más fuertes.