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Una sociedad que no tiene su dimensión humanista como eje para el desarrollo, ciertamente, está a la deriva. Por eso, ante la necesidad de innovar constantemente para construir el futuro que deseamos, lo mejor es detenernos a pensar cuáles son los pilares sobre los que debemos apoyarnos para no perder de vista nuestra humanidad. Acá, quiero compartir tres lecciones sobre la innovación que he aprendido a partir de mi experiencia como rector nacional de Areandina.
Educar seres humanos integrales
Una idea disruptiva solo lo es en la medida en que responda a su contexto, en que ofrezca una perspectiva fresca y proponga nuevos caminos que no nos eran conocidos y que nos ayuden a enfrentar los grandes retos que en estos momentos atravesamos como humanidad. No en vano, en Areandina nos hemos enfocado en consolidar una educación en la que el eje es formar personas integrales y felices, cuyo impacto trascienda el ámbito académico y profesional. Un verdadero innovador nunca pierde de vista que sus esfuerzos deben contribuir a la consolidación de sociedades más equitativas, sostenibles y en las que podamos construir nuestros sentidos del éxito y la vida.
La innovación puede estar donde menos lo esperamos
Lo ideal es perder esa preconcepción que nos hace pensar que las ideas que pueden cambiar el mundo solo surgen en laboratorios con tecnología de punta. Debemos tener nuestras puertas abiertas para recibir ideas diferentes. Nuestra curiosidad debe nutrirse constantemente y la mejor forma de estimular la innovación es abrazar la diversidad. Cualquier espacio que quiera reforzar la innovación debe enfocarse en incentivar el liderazgo colectivo y la creación de entornos colaborativos. Es en el cruce de caminos de muchas mentes, diferentes disciplinas y perspectivas del mundo que surgen aquellas ideas que necesitamos para seguir construyendo un futuro mejor.
Mucho más que inspiración divina
Uno de los mitos más persistentes sobre la innovación es que es algo que solo es digno de genios, de personas que repentinamente obtienen las respuestas a problemas que aquejan a miles. Pero nada está más lejos de la realidad. La innovación no es una carrera de corto aliento, sino una maratón. De ahí que uno de los pasos más importantes en nuestro camino haya sido perder el miedo al fracaso. Sin importar qué tan buenos seamos, equivocarnos es natural e inevitable. Es en este punto que el concepto de resiliencia cobra especial relevancia. Por eso, más allá de aprender modelos rígidos de educación, en Areandina creemos en el valor de las power skills, es decir, aquellas competencias que no se centran en las formas de ‘hacer’ sino de pensar y sentir como la comprensión, la empatía y la resiliencia. Ciertamente, hemos adoptado estos puntos en Areandina y una prueba de que lo hemos hecho con éxito es que hace pocos días ocupamos el primer lugar en el ranking Great Culture to Innovate. Este es un reconocimiento que indica que somos la empresa con la cultura más innovadora del país entre las 116 que participaron. He visto de primera mano cómo esto fue posible gracias a una filosofía basada en la búsqueda de la felicidad, individual y colectiva; un Sello Transformador Areandino y la innovación como motor. Todos estos elementos han permeado cada parte de nuestro día a día hasta convertirse en nuestro ADN.