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“Textileros lanzan SOS. Anuncian cierres y despidos masivos de no haber medidas urgentes contra telas foráneas.”
“Noticias” como esta son frecuentes, ayer, hoy y mañana. No siempre son los textileros quienes gritan “auxilio”, a veces son los paperos, unas más los compradores de carne, exigiendo restricciones a su exportación, y así los quejosos van rotando.
En teoría, muchos aman el comercio. En la práctica, y visto como competencia, el comercio nos gusta como compradores pero no cuando afecta a nuestros negocios, así genere riqueza. Tal vez por ello, la internacionalización ha sido más un mantra que una realidad, con obstáculos regulatorios más difíciles de sortear que la topografía colombiana.
La evidencia comprueba que, en el largo plazo, el comercio internacional usualmente genera bienestar. Si usted no lo cree, sea coherente y proponga barreras entre departamentos, municipios y, ad infinitum, incluso fronteras comerciales entre barrios o personas. Vaya más allá y produzca todo lo que requiera como ermitaño económico. Si este ejercicio le dio hambre, hágase un sánduche, fabricando sus ingredientes, labor que durará meses y le costará millones, con un precio muy superior y calidad inferior a la de un producto estándar de una conocida franquicia, que se lo entrega en cinco minutos. Al final, mejor experimente en cuerpo ajeno viendo a quien sí intentó tal quijotada - www.youtube.com/watch?v=URvWSsAgtJE. Si eso es para un sánduche, imagine los efectos en otros bienes y servicios. De hecho, las cuarentenas enseñaron cruelmente la relevancia del comercio, al reducir el bienestar como consecuencia de la imposibilidad de compradores y vendedores de hacer negocios por fuera del mundo digital.
La economía colisiona con la política, siendo no pocas veces aquella la gravemente herida. El llanto de los afectados tiene más decibeles que las risas de los beneficiados, compradores que suelen ser grupos dispersos de baja presión. El político, contando votos, escucha a los primeros e ignora a los segundos.
Las empresas aprovechan esto para capturar rentas. Asuma beneficios privados de una barrera de $100, cifra que permitiría a una industria pagar hasta $99 en campañas y cabildeo. Para 10.000 consumidores, el costo unitario es $0,01, con lo cual la protesta es improbable. Como en todas partes se cuecen habas, así ocurrió en Estados Unidos al menos dos veces, con Bush hijo decretando salvaguardias al acero y, siete años más tarde, cuando un gobierno demócrata subió los aranceles sobre llantas chinas.
Que haya políticos opuestos al comercio, por convicción o conveniencia, es de toda la vida. Sorprende más que la división entre izquierda y derecha se limite a la seguridad o a temas como la eutanasia. En comercio, tirios y troyanos piensan hoy casi igual. El Uribe actual, en esos temas, dista poco de Robledo, mientras que el gobierno de Duque, con sus aranceles y proyectos de controles de precios está lejos de defender al mercado.
Ya son suficientes ciertas restricciones coyunturales, como la pandemia o la disrupción en cadenas de suministro, como para que la regulación agregue trabas. Si ello sucede y aunque, por definición, el comercio implica el encuentro de al menos dos personas: vendedor y comprador, sus enemigos pueden dejarlo en soledad.