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La innovación es una de las tendencias que más ha agarrado fuerza en los últimos tiempos hasta convertirse prácticamente en garantía de éxito de cualquier empresa o proyecto. Ahora todo el mundo habla de innovación. Sin embargo, a veces queda la sensación de que no todos tienen claro en qué consiste y se aplica indiscriminadamente el adjetivo “innovador” a cualquier producto o servicio que esté relacionado de alguna manera con la tecnología, el internet, la conectividad, el mundo de las aplicaciones móviles y todo lo denominado “inteligente”.
A mi juicio, una de las definiciones que mejor recoge el significado de este concepto es la del Global Entrepreneurship Monitor: “La innovación es el suministro de una solución al mercado y para la que todavía hay poca o ninguna competencia”. No se trata de innovar por innovar; de hecho, la innovación es un proceso ordenado, que parte del análisis de una problemática o de una oportunidad, para luego estudiar una serie de alternativas bajo determinados criterios, plantear una posible solución y ejecutar de un plan de acción, donde la innovación puede darse en el planteamiento del objetivo, en el proceso, en la solución o en todas las anteriores.
En este sentido, la innovación se puede aplicar a cualquier ámbito de la sociedad y puede ser igual de innovador el lanzamiento de un nuevo smartphone a nivel mundial, la construcción de un sistema de riego en una zona árida o la apertura de una tienda de barrio en una cuadra donde no hay ninguna.
Por esto es posible hablar de innovación en la política, en el agro, en la educación, en la música, en la gastronomía, en el turismo, en la moda, en el entretenimiento, en el transporte, en la construcción y en muchísimos campos que no necesariamente están ligados a una plataforma tecnológica, porque no lo requieren.
La tecnología es un habilitador, una herramienta, que muchas veces se requiere para materializar una idea innovadora y aumentar su alcance, pero que en otras ocasiones podría no ser necesaria. No se trata de utilizar herramientas tecnológicas indiscriminadamente, como si el éxito de la innovación dependiera del nivel tecnológico seleccionado; de hecho, tanta tecnología a veces podría ser contraproducente por los elevados costos de implementación y mantenimiento, el cambio cultural asociado a la transformación digital, entre otros.
En caso de que una idea innovadora requiera alguna herramienta tecnológica, la clave está en determinar cuál sería el nivel tecnológico adecuado para que esa innovación cumpla satisfactoriamente sus objetivos, llegando a un mercado donde no haya una solución similar o donde la competencia todavía sea baja.
La innovación no implica necesariamente el uso de tecnología. Peter Drucker, uno de los grandes gurús del management lo decía sabiamente: “La prueba de una innovación no es su novedad, ni su contenido científico, ni el ingenio de la idea. Es su éxito en el mercado”.
Al final, como siempre, la última palabra la tienen los consumidores.