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Al igual que muchas personas, esta semana leí la noticia de don José, el músico callejero de Medellín que al parecer discriminaron en un restaurante, donde no lo dejaron comer invitado por una pareja de comensales compadecida de él cuando les cantó la canción “Mamá vieja”. De hecho, esa misma noticia también fue el tema de conversación en el grupo de Whatsapp de mi familia tres días seguidos y preferí no intervenir.
Este incidente me hizo recordar todas aquellas veces en las que, de alguna manera, me ocurrió lo mismo que a don José. Por ejemplo, una vez no me dejaron entrar a una reunión social porque no llevaba corbata, pese a que me habían invitado y no me informaron el código de vestido. Otra vez, más humillante aún, me subí a un taxi y cuando le di la dirección al señor conductor, me dijo que no iba hacia ese sector y me hizo bajar en la mitad de la calle.
Sin embargo, la peor ha sido cuando después de haber comprado un tiquete aéreo, resultó que el vuelo estaba sobrevendido y no me dejaron abordar. En ninguno de los casos tuve la fortuna de contar con un buen ciudadano cerca que hubiera registrado en su celular el bochornoso momento y lo hubiera vuelto viral, como sí ocurrió con don José.
Para poder entender el contexto en el que ocurrieron los hechos que hicieron famoso a don José -y no precisamente por sus canciones-, hay que entender cómo es la dinámica y la microeconomía de un restaurante en el que venden almuerzos corrientes. Generalmente, se trata de restaurantes sencillos, familiares en la gran mayoría de los casos, y atendidos por sus propietarios o personas cercanas. Estos establecimientos no tienen vigilante y prácticamente cualquier persona puede entrar.
Mientras uno está comiéndose su “corrientazo”, pasan muchísimas personas por el frente de la mesa ofreciendo sus productos y servicios, desde vendedores de DVDs piratas y lustradores de zapatos hasta músicos ambulantes como don José. Esta dinámica le puede molestar a algunas personas, mientras que a otras las puede mover a compasión, como ocurrió en este caso.
Con este incidente, que se hizo viral gracias a las redes sociales, los más afectados van a ser precisamente los vendedores ambulantes, todos ellos personas muy decentes que buscan ganarse unos pesos para llevar a su casa algo de comer al final del día, pues a partir de ahora todos esos restaurantes que, según un estudio de la firma Raddar, mueven más de $1,5 billones al mes en todo el país, les impedirán entrar a estos vendedores -con todo derecho- justamente para evitar que se generen situaciones como la de don José.
De hecho, el restaurante donde ocurrió todo, después de ofrecerle disculpas a don José y de sacar un comunicado dando su versión, decidió cerrar varios días porque dijo haber recibido amenazas. Igual de injusto. Moraleja: no está bien discriminar, pero tampoco hay que exagerar la indignación, pues también tiene sus consecuencias negativas.