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En este punto de la vida política del país necesitamos tener claro entre quiénes se construye la paz y deberíamos preguntarnos si la búsqueda de justicia no nos hace más difícil la forja de la paz.
La violencia a lo largo de nuestra historia ha producido tantas víctimas de uno y otro bando, que la sed de justicia nos impida ver más allá de la necesidad de reparación; y esto tiene un agravante: la violencia sectorizada. Ya no hablamos de violencia sobre el otro, sino sobre campesinos, indígenas, mujeres, afrodescendientes, etc. En estos términos, los procesos de reparación tienden a encerrarse en ejercicios de comunidades autorreferenciales que pueden desconocer a otras partes implicadas.
La paz necesita de la labor de las instituciones y empresas que están en las ciudades. La paz para las mujeres requiere del concurso de los hombres, no solo para combatir la victimización, sino porque se necesitan mutuamente -porque los hombres tienen la misma necesidad de paz y del concurso de las mujeres para lograrla-. La paz de los páramos y los parques necesita entrar en diálogo con la de los sectores extractivos y energéticos, pues todos representan a ramas legítimas y necesarias, que deben aprender a convivir en los mismos territorios. La paz de la derecha requiere del concurso de la izquierda y viceversa, cualquiera que sea el sentido que esos conceptos tengan.
El problema es que, si la paz se reduce a la búsqueda de verdad, reparación y no repetición, resulta evidente que la paz se vuelve una función de la violencia pasada, y no hay otra forma de mirar al contrario más que como victimario. No podemos olvidar que la reparación es imposible: ninguna medida humana o política de parte del victimario puede compensar realmente el daño causado. El perdón es un arma poderosa de la víctima, y desconocer ese principio nos sume en círculos que escalan con cada nuevo incidente. ¿Cuántos de los pleitos jurídicos son realmente necesarios?
La paz no se refiere tanto al fin de la acción de grupos al margen de la ley, cuanto a la polarización que nos intoxica y hace que mientras estos grupos causan daño, los que estamos llamados a buscar soluciones nos hayamos dedicados a señalar la paja en el ojo ajeno, y eso se multiplica ad infinitum en redes sociales.
La paz se construye con el contrario, con ese del que no soporto los trinos, los proyectos de ley o las promesas de campaña. ¿Las razones? Somos de la misma Nación, pisamos el mismo suelo, tenemos necesidad de intercambios con los que nos son más próximos. Deberíamos recordar que pertenecemos a la misma raza: humana.
Mientras logramos una reflexión filosófica de esa naturaleza, podemos echar mano de realidades más tangibles que nos ayuden a entablar diálogos en torno a proyectos de interés común. El metro de Bogotá es uno de ellos, las obras viales que no solo comunican al país, sino que suponen la interacción entre mundos diversos: las constructoras y las comunidades, las autoridades locales y las nacionales.
Las redes sociales podrían ser la gran herramienta para la construcción de paz, si empezáramos a generar campañas de construcción simbólica que nos motiven. El fútbol y la música han demostrado capacidad de convocatoria en ese sentido. Para la muestra, Vives y la Selección Colombia.