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En su último libro, Santiago Levy plantea que, en México, los esfuerzos de los gobiernos por acumular capital humano y preservar la estabilidad macroeconómica del país no se han traducido en mejoras de eficiencia productiva durante los últimos años.
Esta historia de esfuerzos mal recompensados -como el autor los llama-, no dista mucho de la de Colombia, donde, a pesar de un manejo macroeconómico envidiable, los salarios reales no han crecido en 10 años -según encuestas de hogares- y el crecimiento potencial es más una función de las fluctuaciones en los términos de intercambio que del decurso de la productividad total.
Pese a que las propuestas fiscales más recientes buscan mejoras de productividad, desplazando la carga tributaria de las empresas hacia las personas y aumentando la eficiencia y la cuantía del recaudo -con mayores bases gravables en renta de personas y consumo-, no logran aliviar lo que, en palabras de Levy, podría estar detrás de las malas asignaciones de la economía.
Esto es, la alta informalidad, cuyas distorsiones resultan en muchos recursos concedidos a firmas improductivas y una baja demanda de trabajo calificado, lo cual, a su vez, se traduce en menores salarios. Inevitablemente, estas distorsiones afectan negativamente a la clase media, fuente esencial de demanda y productividad.
Y es que, si bien se ha logrado reducir la informalidad, como lo demuestran Fernández y Villar (2016) y Bernal et. al (2017), no se ha tenido en cuenta la excesiva rotación entre el sector formal e informal y sus implicaciones para las densidades de cotización a la seguridad social. De hecho, según Anif, si tomásemos medidas de informalidad según cotizaciones durante ocho y 12 meses al año, esta podría alcanzar niveles entre 73% y 85%.
En este sentido, si bien es necesario ampliar la base gravable del impuesto de renta y del IVA, es también menester pensar en cómo compensar a los miembros de una clase media bastante informal que entrarán a pagar. Más aún cuando esta asumirá una mayor carga tributaria por dos razones: primero, porque, en cuanto al impuesto de renta, la tributación efectiva se torna regresiva en las capas más altas de la distribución del ingreso, e.g. top 1%, como lo demuestran Londoño y Alvaredo (2014). Y segundo, porque la propensión marginal a consumir de los más ricos es mucho menor a la de la clase media.
En consecuencia, una manera de pensar esta compensación yace en desplazar las cargas que existen sobre el trabajo formal para financiar la solidaridad de nuestro sistema de seguridad social -que encarecen la nómina- hacia partidas del Presupuesto General de la Nación financiadas con impuestos progresivos a la renta, el capital, la riqueza y la eliminación de las exenciones tributarias, que son más de 200. De esta manera, menores castigos al trabajo formal y la eficiencia productiva asociada al mismo permitirán que los esfuerzos por mejorar la estructura del aparato tributario no sean en vano.