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En 1994, un artículo de David Card y Alan Krueger le dio un giro inesperado al estudio de los mercados laborales. En él, se encontró que el aumento del salario mínimo en las cadenas de comidas rápidas en Nueva Jersey no redujo el nivel de empleo de los trabajadores.
Esto en contravía de la creencia tradicional de los economistas, quienes aducían que poner en duda la perversidad del mínimo constituía una “traición a la causa de la economía”, en palabras de Card.
Desde entonces, los economistas han cedido frente al “tabú” de los años 90. Por ejemplo, según un meta análisis de Doucouliagos y Stanley (2009) que examina 1.424 elasticidades del salario mínimo al empleo estimadas en la literatura, las de mayor precisión estadística giran en torno a -0.05: un impacto ínfimo.
Por otro lado, Cengiz et al. (2017) encuentran, luego de revisar 137 incrementos del mínimo desde 1979 en EE.UU. -lo cual les da una ventaja frente a la mayoría de artículos-, que los empleos que se pierden justo debajo del salario mínimo nuevo son similares a los que se ganan justo encima del mismo para un periodo de cinco años.
Igualmente, Azar et al. (2017) descubren, a partir de datos de vacantes de empleo, que el mercado laboral en EE.UU. está concentrado y que el poder de mercado de los empleadores podría estar reduciendo los salarios por debajo de sus niveles competitivos.
En esta situación -conocida como monopsonio- los trabajadores se “regalan” por bajos salarios y un salario mínimo es deseable sin conllevar pérdida de empleos. Esto contradice el supuesto de competencia perfecta del cual parten los detractores del salario mínimo.
Ahora bien, en Colombia persiste cierto atraso en esta discusión. De hecho, no existen estudios que den cuenta de la concentración del mercado laboral. Aún así, cada diciembre los analistas recomiendan aumentos leves -o no aumentos- del mínimo apelando a su relación positiva con el desempleo y la informalidad. Sin embargo, en los últimos años, estas dos variables se han reducido a pesar de aumentos del mínimo por encima de la inflación.
Por otro lado, se aduce que el mínimo es muy alto en relación con el salario medio (proxy de la productividad). No obstante, sin conocer la naturaleza del mercado de trabajo no es posible saber si el salario está distorsionando la competencia o si, en realidad, el poder de mercado de los empleadores reduce el salario medio frente a sus niveles competitivos, de tal manera que pierde su relación con la productividad.
En conclusión, la verdadera tración a la causa de la economía yace en descartar la evolución de la evidencia y la validación de los supuestos detrás de cada juicio para darle cabida a tabúes.
En este sentido, debemos contemplar la posibilidad de que el enfoque clásico competitivo, al ignorar el poder de los empleadores para fijar salarios bajos, nos lleve a buscar culpables donde no necesariamente los hay. Así, la distorsión no sería el salario, sino la misma naturaleza del mercado laboral.