MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
La editorial más reciente de The Lancet (18/01/2025) se concentra en un nuevo problema de salud pública: el rol que la desinformación y las noticias falsas han adquirido como herramientas de descrédito de los esfuerzos científicos y del trabajo colectivo de los profesionales en salud. El conocimiento y la investigación científica están siendo anulados deliberadamente por la proliferación de mentiras y verdades a medias.
La facilidad para divulgar información ha permitido que rumores, información manipulada y mitos sean los definidores de la ‘realidad’ de las personas, mientras que los datos verificados tienen una dinámica de propagación más lenta y compleja, asumiendo así un rol subsidiario en lo que hoy creemos -confiamos- que es verdad.
La preponderancia de la investigación y la definición de la realidad basada en evidencia, así como la construcción de conocimiento a través del método científico, están siendo minados como nunca antes por dinámicas informativas que no son neutrales y tienen claros ganadores: los generadores de contenido simplificador y reduccionista, sean estos influencers, políticos o billonarios.
Esta situación se ve agravada por las decisiones más recientes de los gigantes tecnológicos que, además de jugar un rol determinante en los procesos electorales, han decidido también acabar con la verificación de hechos dentro de sus políticas de publicación debido a la dificultad y al tiempo que estos procesos toman.
El sector salud tiene algunas características que lo hacen aún más vulnerable. Las personas se ocupan de su salud, generalmente, cuando están en condiciones de necesidad, y esto los hace más susceptibles de consumir información no corroborable. El mejoramiento de la salud de las personas es aspiracional, lo cual los hace vulnerables a soluciones rápidas o simplistas. Vivimos en tiempos de desconfianza hacia lo público.
El Estado, más que garante del interés general, se ha convertido en un espacio de batalla ideológica y las personas tienen pocas fuentes de corroboración. Todo lo anterior obstaculiza la acción colectiva que implica esfuerzo y tiempo, forma en la que se solucionan los problemas complejos que suelen ser los dilemas a los que se enfrentan los profesionales de la salud. Las soluciones sencillas son atractivas y fáciles de vender, y más cuando nuestro cerebro está siendo reformateado por una realidad en la que en promedio un adolescente recibe más de cien notificaciones de redes sociales al día.
La desinformación no sólo es una fuerza socavando el poder público. En el sector salud esa desinformación está generando que las personas abandonen tratamientos basados en evidencia y los sustituyan por las sugerencias de influencers; también ha disminuido la atención a temas de salud mental, simplificados en redes, e incluso el conocimiento médico está hallándose en competencia con alternativas falsas en temas sobre los que la población consume información constantemente, como son el caso del sobrepeso o del envejecimiento, todo lo cual crea nuevos problemas de salud. Finalmente, combatir la desinformación requiere un enfoque sistemático similar al de frenar la propagación de agentes infecciosos: encontrar y contener la fuente; identificar proactivamente a los más vulnerables a sus efectos; inmunizar a la población contra afirmaciones falsas proporcionando recursos educativos que los llenen de herramientas para consumir fuentes confiables. Este es un problema crucial que no puede dejarse en manos de esfuerzos individuales, sino que implica una acción colectiva, una de esas acciones que, justamente, nos quieren hacer creer están de capa caída en estos tiempos de manipulación política y consumo de información acelerado.