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Estamos atravesando un momento histórico mundial, un clímax de emisiones y emociones en medio de una crisis energética complejísima y, como si fuera poco, al salir de la pandemia se evidenció una realidad en el comercio internacional y la geopolítica que sobrepasa las tensiones de la Guerra Fría, pero esta misma situación trae oportunidades.
En febrero de 2023 se completó un año de la irracional invasión rusa a Ucrania con inesperadas consecuencias sobre la economía global y que fue el elemento determinante que desencadenó una crisis energética, que se consideraba posible, pero ingenuamente ignorada por Europa. Esta condición cambió el orden de importancia de las características de la energía y transformó la seguridad energética en autonomía o independencia energética, dejándola en un imperativo primer lugar.
La recuperación de la economía mundial post covid fue un rebote de magnitud exponencial, generando excesos de demanda en casi todos los sectores, pero limitada por un Estado Chino, casi obsesivo, que impuso medidas altamente restrictivas para llevar el contagio a cero, trastornando la proveeduría de miles de cadenas de suministro y conmocionando la logística mundial, ocasionando un impresionante atasco en puertos del oriente y afectando los sistemas productivos en todos los continentes. Esta situación evidenció la dependencia global de la segunda economía más grande del planeta e hizo dudar al mundo occidental sobre un modelo económico donde China es el eje de la producción, poniendo una vez más sobre la mesa la importancia del “nearshoring” o la necesidad de considerar a los vecinos para desarrollar cadenas de suministro más próximas, a pesar de una condición de precios no tan bajos como en oriente.
Para completar este ya complejo panorama, en el cierre del año y para iniciar la COP27 se reconoció que el mundo no podrá mantener el calentamiento global por debajo de 2% y la vasta mayoría de los países desarrollados están emitiendo más, aunque siguen haciendo promesas que todo va a cambiar en los siguientes 7, 10 y 15 años. Los suscriptores del Acuerdo de París concluyeron que se requieren, ya no billones sino trillones de dólares para la adopción de nuevas tecnologías para reducir las emisiones y, además, debemos contar con sumas iguales para compensar y reparar aquellos pueblos y comunidades vulnerables, que ya no solo tienen que vivir en la pobreza, sino además lidiar con desastres ocasionados por el cambio climático.
Estos tres elementos: la necesidad de alcanzar la autonomía energética, la dependencia occidental de China y la deuda social generada por las desastrosas consecuencias de las emisiones mundiales están definiendo las reglas del juego hacia adelante. La generación propia de energía limpia de un país o región tendrá que competir por recursos con la apremiante necesidad de eliminar la dependencia del suministro de energía de un vecino con potenciales intenciones de utilizar el suministro energético como una herramienta geopolítica. La necesidad de inversión para desarrollar cadenas de suministro con socios comerciales de la región y así sustituir proveedores chinos, tendrá que vérselas con los retos de producir bienes con bajas huellas de carbono y la consecuente demanda energética incremental. Por último, queda el dilema de cómo fondear recursos para compensar las comunidades hoy vulneradas con el cambio climático, cuando 80% de los proyectos de producción de hidrogeno de bajas emisiones en el mundo se encuentra aún en fase planeación y sólo 7% de los proyectos de captura de carbono encuentran financiadores en el mercado internacional, según reporta Boston Consulting.
El entorno internacional ha generado un alto grado de desconcierto y confusión, lo que nos puede llevar a tomar las decisiones equivocadas. En Colombia, además de navegar en esas complejas aguas internacionales, no hemos estado exentos de elementos perturbadores propios de nuestro país. Los primeros meses del actual Gobierno han generado un fuerte debate en el tema económico y, especialmente, sobre la política minero energética. Un primer gabinete ministerial entre ingenuo y desinformado, que ha moderado su discurso radical, adelanta importantes procesos como la construcción de la Estrategia de Transición Energética, a la cual se deben incorporar la banderas de la justicia social, elemento común con iniciativas de Estados Unidos y la Unión Europea y, de otro lado, el Plan Nacional de Desarrollo que debe sentar las bases para el progreso social de los colombianos.
La “transición energética” está siendo utilizada por propios y extraños en el sector público y privado para justificar todo tipo de ambiciones y proyectos de inversión de diferentes sectores, así no tengan fundamento técnico y/o económico, no consideren la realidad geopolítica o no reconozcan el tiempo que se requiere para percibir el beneficio concreto.
Lo increíble es que al mismo tiempo y con los mismos argumentos se descalifican de manera tajante todas esas iniciativas; pareciera que esta “confusión energética” es la nueva realidad local. Debemos reconocer, para comenzar, que el mayor interés de los colombianos debe ser generar un desempeño económico tal que genere beneficio social, reduzca la pobreza y cierre las brechas entre nuestra población y, finalmente, ofrezca un terreno propicio para la paz. En segundo lugar, debemos ubicarnos en el mundo de las emisiones, donde Colombia es un emisor muy bajo con sólo 1,6 millones de toneladas de CO2 per cápita anual, cuando Estados Unidos es ocho veces mayor y Europa casi seis, situación que se explica por nuestro precario desarrollo económico. Con estos dos elementos en mente, podemos decir que este crecimiento económico idealmente debería ser lo más sostenible posible, pero aceptemos que en nuestros hombros no reposa la solución mundial de la crisis producida por los gases efecto invernadero y que de ninguna manera, podemos sacrificar el bienestar de nuestros compatriotas por evitar algunas emisiones. Dejemos que ese partido lo jueguen en otra cancha.
Así las cosas, alejarnos de la extracción de petróleo carece de toda lógica ambiental y económica, la demanda de crudo mundial estimada a 2050 por Daniel Yergin (uno de los principales analistas de energía y magistral autor), es ligeramente creciente en los próximos años y alcanzaría aproximadamente unos 113 millones de barriles de crudo por día (mbpd) en 2050, frente a 99,4 mbpd en 2022.
El debate y las propuestas de diferentes sectores son importantes para que la transición energética no se nos convierta en confusión energética y nos margine de aprovechar estas y otras oportunidades.