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Pasemos la página del proceso de paz de La Habana. Los hechos del presente hacen que desaparezcan algunas de las incertidumbres del pasado generadas por el acuerdo firmado en noviembre de 2016 en el teatro Colón entre el gobierno y la guerrilla.
El primer hecho fueron las elecciones a Congreso en marzo de 2018, en las que el país deslegitimó el uso de la violencia como mecanismo para hacer política, puesto que el partido Farc recibió un apoyo irrisorio de 53.000 votos. Con esto los colombianos le manifestaron a los violentos que nada valieron 52 años de guerra en el monte. En segunda medida, se está fraguando un acuerdo político – que incluye al Centro Democrático – en materia de la Justicia Especial de Paz, columna vertebral de los acuerdos. Hecho que la rodeará de mayor legitimidad para el ejercicio de impartir justicia.
De la JEP se resaltan los informes orales de víctimas del secuestro, como en el caso de Ingrid Betancourt, donde los colombianos podrán escuchar las barbaridades que cometieron los grupos armados ilegales. Los dirigentes de las FARC tendrán que poner la cara ante semejantes acusaciones. No es cosa menor.
Otro hecho importante es que sin las Farc en armas, la violencia estructurada con capacidad de desestabilización del país dejó de existir. Quedan grupos delincuenciales ligados al narcotráfico que representan una fuente de violencia muy grande pero que no tiene comparación con la violencia que 10 o 15 años atrás generaban los ejércitos ilegales.
Ahora bien, saltar la página significa que ha llegado la hora de crear un proyecto de país en torno a temas como la educación, la generación de equidad, el empleo formal, la lucha contra la corrupción, la justicia, entre otros.
Una barrera enorme es que no hay proyectos de país representados en los partidos políticos. El ciudadano no reconoce en los partidos un vehículo movido por unas ideas hacia un determinado proyecto de país, en cambio, sí nota que son empresas electorales ligadas a proyectos en función de intereses particulares. El país que queremos pasa por la depuración de la política.
El gobierno actual ha sufrido la coyuntura política del país. El presidente Duque ha tenido que lidiar con temas que hoy en día son más sensibles y latentes que en el pasado; tiene a los universitarios en las calles, a algunos gremios económicos y comerciantes alarmados por la ley de financiamiento; y a los políticos con el azúcar en el piso porque ha hecho un verdadero esfuerzo para cambiar la relación entre el ejecutivo y el Congreso. Está, en últimas, como le pasa a todos los gobiernos, tapando los huecos que dejan sus antecesores.
Para finalizar, el presidente Duque en su discurso de posesión le habló al país de varios pactos: por Colombia, la legalidad, el emprendimiento y la equidad. Consolidar estos pactos es empezar la construcción y consolidación de un proyecto de país y pasar la página de La Habana.