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A un mes de la contundente victoria de Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU., queda claro que una de las causas de la debacle demócrata pudo ser el rechazo de parte del electorado gringo al “wokismo” -movimiento que aspira a corregir injusticias contra minorías-. Para nadie es un secreto que el discurso demócrata de los últimos años estuvo impregnado de estribillos de lucha contra la opresión de grupos étnicos, de inmigrantes, de la comunidad Lgbt y de otras minorías. El “wokismo” es una tendencia similar a nuestro progresismo. El progresismo criollo, al igual que el movimiento “woke”, se expresa a través de la simpatía por los marginados. En resumen, ambos movimientos buscan subsanar supuestas injusticias contra grupos de ciudadanos particulares.
Hasta ahí todo muy bien, pero sucede que estos movimientos como se enfocan principalmente en atender reclamos de minorías, pueden hacer que los gobernantes olviden trabajar por los intereses de las mayorías. Probablemente en el proceso de escoger candidato en las recientes elecciones estadounidenses, muchos americanos se preguntaron: ¿Por qué el gobierno se ocupa con tanto entusiasmo de atender minorías en unos temas marginales y a nosotros, la clase media trabajadora, que somos la mayoría, no nos ponen atención? Para el estadounidense promedio la inflación, los impuestos y el orden público pesaron más a la hora de escoger presidente, que temas de inclusión e igualdad que en poco o nada los afectan.
En Colombia se puede dar un fenómeno similar de hastío con el progresismo. Ya son varias décadas de un progresismo que no ha servido para mejorar la calidad de vida de la mayoría de los colombianos. La agenda progresista nos trajo uno de los abortos legales más tardíos del mundo en semanas de gestación, la eliminación de la aspersión aérea de coca, la legalización de la dosis personal, las consultas previas a raizales, la satanización de los hidrocarburos, la teoría del decrecimiento económico, los impuestos focalizados contra el éxito -banca, petroleras y alimentos-, las concesiones interminables a los indígenas, el inútil ministerio de la igualdad y otras maravillosas ideas de avanzada. Muchas de estas iniciativas a menudo desmejoran la situación de muchos y resuelven muy poco a esos a las que van dirigidas.
En pocas palabras, el “wokismo” local lo que hace es invertir el principio de que el interés general prima sobre el particular. Así es como los colombianos debemos privarnos de infraestructura, desarrollo económico, autosuficiencia energética, orden público, vías sin bloqueos, pagar impuestos justos, un estado austero, calles libres de droga, etc., porque hay unos grupos minoritarios que deben ser atendidos con el falso pretexto de que la mayoría los oprimen. En Colombia pareciera que los derechos de los narcos, los indígenas, las comunidades raizales, los adictos, los transportadores, los campesinos, los vendedores ambulantes y los de muchos otros grupos, valen más que los de la mayoría.
Espero que los candidatos a la presidencia de Colombia tomen nota de lo sucedido en EE.UU. y propongan devolvernos a la senda del progreso para todos. Necesitamos políticas que no solo busquen atender a unos grupos de interés a expensas del ciudadano promedio, quien es el que termina pagando el pato del embeleco progresista de nuestros dirigentes.