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Muchas personas me preguntan con frecuencia para dónde creo que va Colombia. La verdad es que hasta antes del 29 de octubre no tenía una idea clara. Mi respuesta era: depende. Veía dos escenarios con similares probabilidades de ocurrencia. Uno es que nuestro gobernante y sus cofrades no jugarían limpio y que torcerían las reglas para imponer su agenda sin que pudiéramos hacer mucho para detenerlos. El otro escenario es que el país se salvaría del desastre que vivimos porque nuestras instituciones democráticas son lo suficientemente fuertes para frenar al gobierno, y porque nuestra gente no es tan ingenua como para aceptar impávida lo que está sucediendo. Estos escenarios me hacían preguntarme si estábamos en camino de venezolanizarnos o argentinizarnos, o si más bien, íbamos a seguir el camino de Chile y Perú, donde los desmanes de la izquierda radical se han logrado reprimir.
Sin duda aún es muy temprano para apostar por un escenario, pero lo cierto es que la victoria de los candidatos de centro y derecha en las elecciones regionales de octubre son esperanzadores y me inclinan a pensar que el segundo escenario tiene mejores posibilidades que hace algunos meses. El resultado electoral da señales de que el país no es tan ‘república bananera’ como muchos creíamos y que tenemos activos ocultos que nos pueden salvar. El más importante de ellos, nuestro capital humano.
Lo primero que vino a mi mente al ver a Galán, Fico, Eder, Char y Beltrán ganar en sus respectivas ciudades, es que es muy alentador qué haya una nueva generación de líderes bien preparados que pudiendo haber escogido cualquier camino profesional e incluso migrar del país, escogieron quedarse y meterse en la política. Si las nuevas generaciones consideran el servicio público como una opción profesional, pienso que nuestro país no está condenado al fracaso y tendrá opción de resistir los embates del populismo. Además, es interesante ver que las regiones hace rato están aportando liderazgos e ideas para darle un nuevo rumbo a Colombia. Bogotá ya no concentra tanto poder ni político ni económico como antes. Hace rato Medellín y Barranquilla nos están dando lecciones de cómo generar progreso incluyente.
Otra reflexión que me surgió a partir de las elecciones, es que hoy tenemos una Colombia con una clase media amplia y en general una población más educada que hace algunas décadas. De lo contrario no se explica uno como a pesar de las mentiras que se han dicho desde palacio la gente no comió cuento. La ignorancia es terreno fértil para el populismo y si este no ganó, podemos decir con algo de convicción que tenemos un país más educado que antes. Ese país educado se pronunció a favor de mantener lo que funciona y cambiar gradualmente y sin dar saltos al vacío lo que no. El mensaje claro, a pesar de la sordera oficial, es que no queremos que nos estropeen nuestro sistema de salud, no queremos una paz espuria que solo favorece a los delincuentes, ni queremos perder las rentas petroleras que pagan buena parte del gasto social.
No podemos cantar victoria. El gobierno aún tiene muchas herramientas para imponer a la brava su agenda, siendo la más potente de ellas la billetera oficial. No nos quepa duda que en los próximos años gastarán a rodos para comprar conciencias. Sin embargo, dimos un paso en la dirección correcta y demostramos que no estamos dispuestos a dejarnos arrebatar así no más los logros alcanzados.