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A menudo oigo personas diciendo que Colombia necesita un Bukele. Mejor dicho, que requerimos un dictador, o por lo menos uno en potencia. A pesar de estar tentado a coincidir, estoy en desacuerdo. Debo reconocer que me gustan algunas cosas que ha hecho Bukele. Especialmente lo de combatir la criminalidad. Sin embargo, cuando el presidente de un país acapara tanto poder que pasa por encima de la ley, debemos preocuparnos. Ganas de un ‘mano dura’ no me faltan cuando veo lo desvencijado que está el orden público en nuestro país. Qué mejor que la solución facilista de un “llanero solitario” que nos salve a todos. Pero ojo, esa alternativa tiene un costo muy alto.
Ya nos lo advirtió hace más de un siglo el político británico Lord Acton cuando dijo: “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.” Puede que muchos dictadores, algunos de ellos electos popularmente, en una primera etapa hayan tenido buenas intenciones y hasta hayan logrado cambios positivos en sus naciones.
Eso pasó en los primeros años de la Venezuela de Chávez, la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan, la Chile de Pinochet y la Hungría de Orban. No obstante, a medida que fueron extendiendo sus mandatos y acaparando poder, abusaron de él. Nada bueno han producido los actuales gobiernos dictatoriales del continente. Entre los países más pobres de Latinoamérica se encuentran tres gobernados por dictadores: Venezuela, Nicaragua y Cuba. ¿Coincidencia?
Esperemos salir de la locura actual sin morir en el intento
Los fundadores de los EE.UU. lo entendieron bien al redactar su constitución con la consabida separación de poderes entre las ramas ejecutiva, legislativa y judicial. La filosofía básica de su arquitectura constitucional está fundamentada en la idea de que es preferible que el pueblo pueda elegir periódicamente a sus gobernantes así sean mediocres, que caer en manos de un gobernante hábil que se perpetúe en el poder. Para evitarlo se establecieron múltiples esquemas de “checks and balances” para que cada rama controle a las demás y evite abusos. Recordemos que las luchas de independencia del hemisferio lo que buscaban era precisamente librarse del poder omnímodo de un monarca.
Esta reflexión viene a colación porque ahora le tocó a Colombia sufrir el embate de un gobernante con impulsos dictatoriales. Todos quedamos estupefactos cuando recientemente el presidente quiso apropiarse de $13 billones del presupuesto ya comprometidos para proyectos de infraestructura, pasándose por la faja normas y compromisos adquiridos.
Por fortuna nuestro ordenamiento jurídico, apuntalado por nuestra constitución, tiene reglas para la destinación del presupuesto y dispone que la rama legislativa es la que debe ordenar la asignación de los recursos públicos. Y gracias a Dios existe la constitución y su guardián, la corte constitucional, para frenar los desmanes dictatoriales de nuestro gobernante. Para estos momentos es que sirve una constitución. Para protegernos de los abusos del poder.
La frase acuñada por John P. Stockton, político y fiscal estadounidense del siglo XIX describe la importancia de un ordenamiento constitucional. “Las constituciones son cadenas con las que se ligan los hombres en momentos de lucidez, para no morir a causa de comportamientos suicidas en momentos de locura”. Esperemos salir de la locura actual sin morir en el intento.