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Los seres humanos somos tribales. Nos matriculamos en bandos a pesar de que nuestra escogencia esté equivocada y viole muchos de los valores que predicamos. Debe ser un legado de nuestros ancestros cavernícolas. Los primeros homo sapiens debían mantenerse unidos para sobrevivir ante tanta adversidad. Como decía mi abuela, “a lo tuyo tuyo con razón o sin ella”. Lealtad al grupo por encima de todo.
Supongo que por eso somos dados a etiquetar sin permitir matices. Se es zurdo o derechista, facho o mamerto, progresista o conservador. Nos cuesta ser ecuánimes y juzgar las cosas por los hechos. Es por esto que muchos ponen en un mismo plano a todas las derechas y a las izquierdas del mundo y etiquetan a la gente en una sola dimensión. A menudo me encuentro con personas que sitúan a Trump y Uribe en la derecha extrema cuando en realidad tuvieron rasgos de izquierdistas, o algunos que tildan a Biden y a Petro de izquierdistas sin hacer distinción.
Para soportar mi tesis recordemos que Trump se mostró izquierdoso en su política proteccionista contra China, al igual que el expresidente Uribe, quien fue el gran impulsador del programa asistencialista Familias en Acción. Por otro lado, Petro y Biden son muy distintos y si son de izquierda no lo son del mismo tipo. Biden cree en la economía de mercado y la importancia de un sector privado fuerte, de ahí su programa “Chips and Science Act”, mientras que Petro les da muy poco valor y por eso quiere estatizar sectores económicos. De igual manera, propone controles de precios a través de su propuesta de inversiones forzosas y con su decisión de congelar peajes.
Sumémosle que también somos emocionales. El vínculo con la tribu es irracional. Por eso se habla de la “base” de un político. La base es el grupo que endiosa a su líder y le perdona todos sus errores. Porque como más se explica que la mitad de EE.UU. esté embelesado con Trump a pesar de sus desmanes y que media Alemania haya simpatizado con Hitler. Igualmente, como se explica que
Petro cuente con 35% de aprobación no obstante los escándalos que rodean su gobierno y su pésima gestión. Las bases seguirán a su líder hasta el despeñadero independientemente de qué tan mediocres, mentirosos o corruptos sean.
En el proceso de defender nuestra etiqueta y mantenernos fiel a la tribu, surgen fisuras en nuestra argumentación. El “whataboutism” y la doble moral son muestra de ello. El “whataboutism” consiste en desviar el tema de un debate hacia otro más favorable que se adecúe mejor a los intereses de un interlocutor. Con este propósito se busca contrarrestar una información incómoda mediante una acusación instantánea. Es lo ocurre cuando por ejemplo se está criticando a Petro pero alguien sale a decir que Maduro es peor. No es otra cosa que escurrir el bulto para quedarme en mi esquina ideológica. La doble moral la conocemos bien. Es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Muchos critican lo que pasa en Venezuela pero se rehúsan a ver que Colombia recorre un camino similar.
No me etiqueten. Yo no soy ni de izquierda ni de derecha. Soy pragmático y realista. En materia de política y economía me gusta todo aquello que promueva la reducción de la pobreza, el desarrollo económico, la igualdad de oportunidades, la libertad y el orden. Estas ideas y aspiraciones no son propiedad exclusiva de ningún partido.