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Todo se ha dicho sobre la incompetencia y corrupción de este gobierno. Si uno se pone a contar los desaciertos, no sabría dónde parar. El país asediado por narco guerrillas, el sistema de salud desintegrado, el recaudo tributario por el suelo, los precios del gas disparados, la corrupción desbordada, en fin, el panorama es desolador. Sin embargo, muy poco se dice de lo positivo que nos dejan estos tres años de desgobierno. A continuación, los invito a ver el vaso medio lleno.
En primer lugar, debemos aceptar que Colombia no se iba a salvar de un presidente de izquierda. Éramos casi que los únicos del vecindario a los que no nos había tocado y si nos iba a tocar uno, mejor que fuera Petro ¿Qué tal que nos hubiera tocado uno trabajador y eficiente? Seguramente estaríamos corriendo el riesgo de tenerlo cuatro años más, cosa que a estas alturas resulta impensable. El temor inicial era que nos “venezolanizáramos”; que el guerrillero presidente arrasara con la democracia, atentara contra la propiedad privada y subvirtiera los controles institucionales. Pero nada de eso ha pasado y a nadie le cabe en la cabeza que eso pueda pasar hoy.
La realidad es que nuestra arquitectura institucional, basada en la separación de poderes, ha funcionado bastante bien para atajar al ejecutivo. Recordemos que el Congreso no le ha aprobado al Presidente su reforma a la salud, su reforma política ni su segunda tributaria. Tampoco le aprobó el presupuesto de 2025. No olvidemos que las Cortes le han tumbado al gobierno parte de su reforma tributaria, la ley que creó el Ministerio de la Igualdad, la conmoción interior de La Guajira, varios artículos de su plan nacional de desarrollo, la contratación directa de vías regionales, y muchas otras iniciativas.
En segundo lugar, pensemos que a veces es importante pasar por una crisis para darnos cuenta de que lo que teníamos no era tan malo. Después de años de oposición destructiva, la izquierda por fin tuvo la oportunidad de gobernar y vaya si han fracasado. La gente ya tiene contra qué comparar.
Ha quedado al desnudo que la ideología progre-socialista de Petro no soluciona los problemas cotidianos de la gente. Iniciativas como replegar a la fuerza pública, eliminar la explotación de hidrocarburos, exiliar a los privados del desarrollo de infraestructura, estatizar la salud, poner a activistas a cargo de ministerios y asfixiar al sector privado con impuestos, solo han producido estancamiento y emigración de compatriotas.
Algunos todavía me dicen que no sea ingenuo, que el zarpazo final se dará con la compra de votos en las elecciones de 2026. No creo. Si algo nos dejó claro la elección de alcaldes y gobernadores de 2023, es que la democracia colombiana es más madura de lo que creemos. En esa elección y con tan solo año y medio de gobierno, la gente emitió un veredicto contundente contra Petro. A pesar de todos los pronósticos, ganó Galán en primera vuelta, ganó Fico con mayoría abrumadora y lo más sorprendente aún, en el epicentro del estallido social, ganó el más fiel representante de la burguesía valluna, Alejandro Eder. No me malinterpreten. Se que en este país las maquinarias y los mafiosos ponen presidentes. No obstante, creo que cada vez más el voto urbano y de opinión pesa más que el rural y de maquinaria. Amanecerá y veremos, pero yo creo que de esta salimos, habiendo endurecido el cuero.