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En estos días en los que todo parece tan polarizado y la tensión política está en los niveles más altos, es conveniente tomarnos un tiempo para analizar los discursos políticos. Conocemos de sobra el poder de la comunicación para mover y conmover a las masas y para lograr el favor de los votantes. Sin ánimo alguno de entrar en debates ni calificaciones sobre lo ideológico, resulta interesante analizar desde el simple ángulo comunicacional, lo que recién ocurrió en las elecciones a la Comunidad de Madrid, España.
En un entorno con alta polarización, la candidata del Partido Popular, Isabel Díaz Ayuso tuvo un triunfo aplastante sobre todos los demás candidatos. ¿Cómo un gobernante en medio de una pandemia, con muchos cuestionamientos a su gestión y con la economía local profundamente golpeada, logra movilizar a los ciudadanos para que acudan masivamente a las urnas? El secreto parece tenerlo una palabra, tan manida y simple como la política misma: Libertad. Esta palabra fue la protagonista de su discurso político. Y lo dijo en muchos sentidos. Uno de ellos fue contraponiéndola al “comunismo” que según ella amenazaba el futuro de su comunidad autónoma.
Pero la libertad que movilizó al votante y logró niveles históricos de participación fue la promesa para aquel que sufre la fatiga de la cuarentena. El que ya no quiere estar en casa, el que se siente preso de las circunstancias y de la pandemia. Libertad resulta una palabra refrescante en un entorno árido y desesperanzador. Suena a normalidad, a aire fresco, a pesar de ser la ambición más antigua en la historia de la humanidad.
Otro acierto de Díaz Ayuso, a mi juicio, fue la cercanía que logró con los pequeños negocios, particularmente los bares que constituyen el eje del tejido ciudadano de Madrid. Les prometió abrir sus puertas, algo que no sólo atrajo a sus dueños sino al ciudadano de a pie que ya quiere ver su ciudad funcionando normalmente. Hemos dicho muchas veces que los negocios locales, la tienda de la esquina o la peluquería del barrio se han convertido en el punto más sensible de los ciudadanos. En el caso de España, son los bares que hay en cada calle. Recuerdo que el año pasado durante los días más duros de la cuarentena, una de las acciones que más impacto tuvo fueron los anuncios de las marcas de cerveza que le ofrecían apoyo o reconocían públicamente el esfuerzo de los bares.
Creo que se equivocan cada vez más los que leen la política desde los partidos. El ciudadano del siglo XXI la lee desde los conceptos y las narrativas. Las ideologías pesan, sin duda, pero para la gente hay íconos, símbolos y conceptos que van más allá de las formaciones políticas. El comercio local fue un ícono que Díaz Ayuso empleó magistralmente. Lo que más conecta con la gente son aquellos temas que hacen parte de la agenda de la cultura, de lo que hablan con sus vecinos, las temáticas de las series que ven o el tipo de personajes a los que siguen en las redes sociales. Los políticos son percibidos como un grupo homogéneo con planes de gobierno indiferenciados. Así que para votar se sirven de narrativas, no de partidos ni de programas. Y, nuevamente, no se trata de hacer aquí juicios ideológicos o políticos. Se trata de reconocer una realidad: Hoy el ciudadano compra conceptos, aquellos que siente que encajan mejor con lo que quiere para su vida y para su gente. Así vota y así se moviliza.