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Analistas 10/11/2020

¿Las encuestas funcionan?

Juan Isaza
Estratega de comunicación

Siempre que hay elecciones viene la discusión sobre si sirven o no las encuestas para predecir los resultados. Hemos visto casos en todo el mundo en los que las encuestas han estado bastante cerca del resultado final, pero esos se recuerdan menos. Y, en cambio, nos queda en nuestra memoria aquellas elecciones en las que las encuestas fallaron por completo.

Hoy en Estados Unidos, así como en 2016, hay la sensación de que las encuestas se equivocaron de nuevo pues la predicción era un triunfo más contundente de Biden. Hay muchos factores que pueden explicarlo, comenzando por el muy atípico proceso electoral en medio de una pandemia. Una campaña electoral es un proceso muy dinámico en el que, con alguna declaración del candidato o una buena respuesta en un debate, se puede modificar la tendencia de voto. El hecho de que 100 millones de personas hubieran votado anticipadamente, hace mucho más difícil tener una foto fija: electores votando en diferentes momentos.

Pero el punto clave no está en las encuestas sino en las personas, el momento de polarización y la forma como hoy tomamos decisiones. Por mucho tiempo, se decía que las encuestas ayudaban al candidato que fuera ganando porque los seres humanos por naturaleza queremos ser parte del triunfo. Hoy las posiciones se han radicalizado mucho más. Un estudio publicado por la revista Science demostraba que hoy los norteamericanos no ven a quien vota por el otro candidato como alguien que piensa diferente sino como alguien “menos moral”. Esta no es una diferencia pequeña y, de acuerdo con los investigadores, hace que la decisión de voto se parezca más a una decisión religiosa que política. En este contexto, la gente crea una burbuja ideológica donde los encuestadores no necesariamente logran penetrar.

Recuerdo que tras las elecciones de 2016 se hablaba de una pequeña firma encuestadora que había logrado predecir de manera más certera el triunfo de Trump porque había optado por preguntarle a la gente por quién votaría su vecino, en vez de preguntarle por quién votarían ellos mismos. Fue una manera inteligente de saltarse lo que se ha llamado el “voto vergonzante” de la gente que teme al rechazo social de su candidato. El analista político Brian Schaffner de la universidad de Tufts decía recientemente que el problema más bien era que los seguidores de Trump desconfían de los medios y de la academia, lo cual los hace menos propensos a responder encuestas. Así que su opinión no queda consignada.

Vale mencionar que varios encuestadores incorporaron en sus predicciones data proveniente de las búsquedas y las conversaciones en redes sociales a través de complejos algoritmos e inteligencia artificial. Pero tampoco parece que hayan logrado predecir el resultado ni en margen ni en los estados clave. Quizás lo más importante hacia el futuro será reconocer el agresivo entorno político en el que vivimos, y en últimas, la naturaleza misma del ser humano: impredecible, irracional, movido por las emociones, cuya complejidad se le escapa a los algoritmos. Así que con un poco de resignación e inquietud nos queda una conclusión clara: las encuestas funcionan. Lo que no funciona es el ser humano.

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