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De los muchos cuestionamientos y dudas que generan los avances de la inteligencia artificial, hay un factor que parece reunir la mayor parte de las preocupaciones: la velocidad. No es la primera vez que vemos cómo el mundo avanza más rápido que las legislaciones ni cómo las empresas más innovadoras son las que tienen que enseñarles a los gobiernos cómo avanzar. ¿Qué significa que los líderes de la inteligencia artificial hayan pedido parar por seis meses el desarrollo de las plataformas generativas?
El profesor Stuart Russel, de la Universidad de Berkeley, fue uno de los expertos que firmó aquella carta que fue noticia hace un par de meses. Él explicaba en una entrevista publicada por el Foro Económico Mundial que el objetivo no es parar la investigación ni el desarrollo tecnológico.
La idea es darle un marco de tiempo a los legisladores para generar una normativa que evite los grandes riesgos que puede tener la inteligencia artificial y para los cuales el mundo no está preparado.
Una frase de su entrevista es la que me parece que mejor condensa el problema: “La tecnología se mueve muy rápido, y en cambio, los gobiernos se mueven muy lentamente”. Si hacemos un paralelo podemos recordar las protestas que vimos expandirse por todo el mundo a finales de 2019. Los jóvenes pedían transformaciones profundas en sus sociedades, pero no estaban dispuestos a esperar que esas reformas tomaran el curso que implica el trámite legislativo en cualquier democracia.
En Chile, por ejemplo, se llegó a convocar a una asamblea constituyente. El proceso terminó sin el resultado concreto que esperaban quienes protestaban y mucho menos en el tiempo que lo querían.
Pensemos en lo que pasó con las redes sociales. Su auge comenzó hace más de una década y sin embargo, le tomó años al Congreso de Estados Unidos sentar a sus máximos líderes para que declararan. Aún hoy son muy pocos los países del mundo que han generado alguna legislación para las redes sociales, aunque es claro que las plataformas como Facebook o Twitter han sido peligrosamente influyentes en muchos procesos electorales. Con la inteligencia artificial ha sido Sam Altman, presidente de OpenAI, quien ha acudido al Congreso de Estados Unidos para pedir encarecidamente que los regulen.
Los mismos congresistas reconocían que el problema es muy complejo y que seguramente sería imposible ponerse de acuerdo en la creación de un órgano regulador de las empresas dedicadas a la inteligencia artificial con la velocidad que se requiere.
Sin embargo, el propio Altman afirmaba que el impacto en los empleos será una realidad. Los expertos además señalan el impacto en las leyes de derechos de autor, en la información y en los procesos electorales.
Con la carta de los seis meses nada pasará. Y aunque se parara el desarrollo de la inteligencia artificial por seis meses, quizás también sería inútil teniendo en cuenta los tiempos que manejan los entes legislativos. Los sondeos siguen mostrando como son las poblaciones más jóvenes las que piden gobiernos más autoritarios. Y lo hacen por una simple razón: reformas rápidas.
El grave peligro de los gobernantes con poderes desbordados los conocemos todos. Pero en el fondo hay una realidad que ya no podemos seguir tapando: el mundo gira mucho más rápido que los gobiernos. Alguna solución habrá que encontrar porque al ciudadano se le está acabando la paciencia.