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A principios de este año, a una de las más relevantes tendencias la llamamos “Colapsa la Verdad”. Y es lo que hemos visto en esta primera mitad del año: un momento en la historia donde el concepto de verdad se ha hecho realmente líquido, indefinible y capaz de moverse con absoluta fluidez.
Tal como muchos lo han dicho, el problema no está en la inteligencia artificial con sus increíbles posibilidades sino en el uso que se le da. Sabíamos que los llamados “deep fake” con ejemplos como los videos apócrifos de líderes políticos dando mensajes contrarios a su ideología, por ejemplo, circularían en las redes sociales. Pero, paradójicamente, el problema no ha sido su surgimiento, sino los líderes de las redes sociales permitiendo que estos videos se hagan virales o incluso dándoles ellos mismos difusión.
Autenticidad fue la palabra de 2023 según el diccionario Merrian-Webster. Es un término del que venimos hablando hace muchos años, particularmente en marketing, con el fin de entender si lo que dicen las marcas se alinea realmente con lo que hacen. Es decir, la autenticidad la hemos entendido como coherencia. Hoy, en cambio, el ciudadano se ve obligado a volver a su definición básica y más literal: evidencia o legitimidad.
Pero, ¿le importa realmente al consumidor la evidencia y la legitimidad? Y la pregunta tiene sentido cuando vemos el movimiento “fakes” de la generación Z que consiste en mostrar con orgullo prendas de grande marcas que son falsificadas pero que se ven como las originales. Un movimiento que muchos explican por el deseo de acceso a las marcas en un mundo con un poder adquisitivo limitado. El valor de la pertenencia por encima del valor de la verdad. ¿En qué momento el consumidor (o el ciudadano) comienza a aceptar conscientemente que está siendo engañado e incluso llega a convertirlo en algo aspiracional?
El colapso de la verdad hace que la evidencia ya no tenga la fuerza de antes. Lo que hemos visto en Venezuela en estos días es esa verdad líquida que se prefabrica con porcentajes que no corresponden a ningún dato real, y que se ponen por encima del detalle de registros originales y verificados. Y si alguien dijo que las redes sociales serían los mejores aliados de la verdad porque evitarían las versiones impuestas por los dictadores usando los medios de comunicación oficialistas, ya hemos visto que los algoritmos y los influenciadores de las redes sociales también pueden ser los mejores amigos de las mentiras. Esto, principalmente, para un ciudadano que prefiere informarse a través de TikTok en vez de acudir a los medios de comunicación independientes.
Como lo decíamos en el reporte de tendencias de principios de este año, el único antídoto contra el colapso de la verdad es el poder de lo humano. De la conexión real. Esa presencia en las plazas, en la calle, donde un líder político no está mediado por ningún filtro y que abraza, escucha y siente. El liderazgo humano es aquel del que no solo sus palabras se transmiten de manera fidedigna, sino que no le tiene miedo a mostrar su lado real. El que habla de lo que siente y que es capaz de reconocer sus errores. En un mundo de filtros sofisticados y de inteligencia artificial que elimina imperfecciones, volveremos a valorar la humanidad porque la verdad es una necesidad del ser humano y de cualquier sociedad.