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En los últimos días ha sido noticia un proyecto de ley que busca censurar contenidos “nocivos” para la niñez colombiana, inspirado en la polémica por las letras explícitas de algunas canciones de reguetón, como el éxito “+57”. En teoría, el proyecto surge de una preocupación legítima: la protección de los niños y adolescentes de influencias negativas. Pero, en la práctica, se corre el riesgo de acercarse a una censura de contenidos que, además de difícil de ejecutar en un mundo interconectado, podría resultar infructuosa.
La idea de crear un tribunal que filtre qué es apropiado o no para los niños resulta, cuanto menos, ambigua. ¿Quién o qué establece los límites de lo que es “moral” o “inmoral”? En un país democrático, esa es una línea que se torna difusa y peligrosa cuando se entra en el terreno de lo cultural y artístico; La historia de los intentos de censura muestra que, en última instancia, terminan siendo soluciones costosas, difíciles de implementar y que apenas arañan la superficie de la raíz del problema. La clave está en entender que no es posible construir una burbuja que aísle a los niños de la influencia externa en una sociedad interconectada.
Ejemplos en el mundo demuestran cómo la censura tiende a fracasar. En Estados Unidos, el intento de limitar la exposición de niños a contenidos explícitos en la música y otros medios ha sido objeto de críticas desde que, en los años 90, la Recording Industry Association of America (Riaa) introdujo el “Parental Advisory”. Aunque la etiqueta de advertencia sigue vigente, no ha impedido que los jóvenes accedan a contenidos explícitos, y su efectividad es altamente debatida. Más que detener el consumo, parece haber incrementado el interés de algunos jóvenes por consumir lo “prohibido”. En China, a través de la Ley de Ciberseguridad, el gobierno implementa un férreo control sobre el contenido digital, en gran medida para proteger su sistema ideológico; Sin embargo, la juventud sigue encontrando maneras de sortear estas barreras. Aun así, la censura no ha sido la solución para moldear valores ni actitudes, sino un impedimento que aleja a la población de un pensamiento crítico.
En lugar de invertir en esfuerzos costosos e ineficaces de censura, Colombia debería apostar por una solución a largo plazo y mucho más efectiva: la educación en valores, ética y criterio propio. La formación de una conciencia crítica desde temprana edad es la verdadera herramienta que permite a los niños y adolescentes distinguir el contenido dañino de aquel que les aporta. La realidad es que las nuevas generaciones cada vez más tienen acceso al mundo digital desde temprana edad. En este contexto, prohibir y filtrar contenidos no solo es casi imposible, sino que puede terminar siendo contraproducente, generando una curiosidad por lo vedado.
Es aquí donde entran los padres y los educadores, quienes tienen el papel fundamental de guiar y acompañar a los niños en la comprensión del mundo que los rodea. Este acompañamiento debe incluir el análisis de lo que consume, sin restarle peso a la importancia de una comunicación abierta y constante. Si bien en algunas familias es difícil por cuestiones laborales, los padres deben ser conscientes de que la responsabilidad de educar en valores y desarrollar el criterio no se puede delegar. Es mejor explicar a un niño por qué ciertas letras cosifican a la mujer o fomentan conductas violentas que pretenden que, mediante la censura, jamás accederán a ese tipo de contenidos. Los niños merecen protección, pero atacando los verdaderos problemas de raíz.