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En los últimos años, en Colombia y en muchas partes del mundo, hemos sido testigos de la creación y propagación de mitos por parte de grupos de izquierda que, en lugar de contribuir al diálogo y al entendimiento, parecen estar más interesados en perpetuar narrativas que a menudo carecen de fundamento y precisiones históricas. Estos mitos, que se han vuelto recurrentes en el discurso político, están contribuyendo a moldear la percepción de la realidad en el imaginario local.
Uno de los mitos más notorios ha sido el de las “miles de fosas comunes”. Durante años, se ha hablado de la existencia de fosas comunes en Colombia como resultado de acciones del ejército. Lo cierto es que el conflicto colombiano reporta más de 100.000 desaparecidos, y el hallazgo de fosas no supera el centenar según la Unidad de Búsqueda de personas desaparecidas (Ubpd), si bien ha habido casos de ejecuciones extrajudiciales y violaciones de derechos humanos por parte de algunas fuerzas militares, la magnitud de estas fosas comunes masivas que se han sugerido no se ha sustentado en evidencia sólida. Y los cuerpos hallados no pueden adjudicarse exclusivamente al ejército, pues en el conflicto estaban también los paramilitares y la guerrilla.
Otro relato que ha tomado fuerza es la negación de operaciones exitosas por parte de las fuerzas armadas. A pesar de los logros en la lucha contra grupos terroristas, algunos sectores buscan desacreditar estas victorias, a menudo sin ofrecer alternativas efectivas para combatir la insurgencia. Esto no solo socava la moral de las fuerzas del Estado, sino que también obstaculiza la construcción de un consenso nacional para enfrentar las amenazas que persisten.
A lo anterior se añade la negación o minimización de crímenes graves perpetrados por grupos armados de izquierda, como las Farc. Los campos de concentración, secuestros y el lavado de activos son realidades que han causado sufrimiento a Colombia. Ignorar o justificar estas acciones equivale a borrar parte de la historia y a faltarle al respeto a las víctimas y sus familias. Es fundamental reconocer y condenar todos los crímenes sin importar su origen ideológico.
Además, está la tendencia de algunos sectores de la izquierda en Latinoamérica a idealizar figuras como Salvador Allende, ex presidente de Chile. Si bien Allende fue un líder elegido democráticamente, su presidencia provocó una profunda crisis económica y tensiones políticas. Los famosos cacerolazos nacieron allí cuando miles de personas aguantaban hambre por su inepto gobierno; Su derrocamiento, si bien controversial, no puede ser simplificado como un acto unilateral de opresión.
Para complementar el relato ahora se etiqueta muy fácilmente de “fascista” a cualquier postura contraria; La sobreutilización de este término debilita su significado y dificulta la identificación de amenazas genuinas a la democracia.
En este contexto, es preocupante que algunos líderes políticos y figuras públicas respalden estas narrativas y las utilicen en su discurso. Esto no solo genera divisiones en la sociedad, sino que también perpetúa una imagen distorsionada de la historia y de la realidad actual de Colombia. Los mitos creados le hacen daño a Colombia y a su memoria, al tiempo que irrespeta las víctimas, los ciudadanos deben estar mejor informados y se deben empezar a combatir esas narrativas, pues siguen inventando y algo queda en el imaginario colectivo.