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En una labor social reciente en Ciudad de Panamá, me sorprendió encontrar que la mayoría de los migrantes atendidos eran colombianos. Esperaba hallar principalmente venezolanos o haitianos, pero cerca de 80% de los solicitantes de ayuda eran compatriotas que habían atravesado inmensos retos, incluyendo el peligroso Tapón del Darién, buscando un mejor futuro; algunos seguirían su camino hacia Estados Unidos, mientras otros probablemente se quedarían ilegales en Panamá.
En Colombia estamos tan acostumbrados a recibir migrantes venezolanos que hemos perdido de vista la constante fuga de talentos y de sueños que representa la migración de nuestros propios ciudadanos.
Según datos del Dane y organismos internacionales, entre 2022 y 2023, más de 500.000 colombianos abandonaron el país, una cifra que representa un incremento de 60% respecto al promedio anual registrado entre 2014 y 2016. Mientras que hace ocho años los principales emigrantes eran personas de bajos ingresos buscando subsistencia, hoy en día la fuga de talentos incluye profesionales altamente calificados, jóvenes con educación universitaria y, de forma preocupante, hasta adultos mayores que no encuentran seguridad ni bienestar en su tierra.
Este éxodo tiene raíces profundas y diversas. La inseguridad, la corrupción, el desempleo y la falta de oportunidades son solo algunas de las causas más evidentes. Pero también existe una creciente desesperanza, una sensación de que el país no ofrece futuro, que se acentúa por las brechas en educación, salud y estabilidad económica. Según un informe del Banco Mundial, en 2023 34% de los jóvenes colombianos ni estudiaban ni trabajaban, un indicador conocido como Nini que evidencia una generación sin perspectivas claras.
Migrar es una decisión dolorosa. No se trata solo de dejar atrás amigos, familia y costumbres, sino también de enfrentar enormes desafíos en tierra extranjera. La canción “En mi viejo San Juan” captura este sentimiento de nostalgia que persiste en la mayoría de quienes emigran. Aún en las mejores condiciones, ser extranjero implica adaptarse, soportar discriminaciones y, en muchos casos, lidiar con situaciones de precariedad laboral y legal.
La emigración también tiene un costo político y diplomático. En los últimos años, el aumento en solicitudes de asilo por parte de colombianos en países como Estados Unidos, Canadá y España ha sido notorio. En 2023, más de 45.000 colombianos pidieron asilo político; Este fenómeno fue una de las razones principales por las que Inglaterra reimpuso la exigencia de visas a los colombianos. De seguir esta tendencia, podríamos enfrentar mayores restricciones migratorias en otros destinos. La migración irregular y las solicitudes de asilo sin fundamento complican el acceso de otros compatriotas que realmente necesitan ayuda o desean viajar de manera legal.
Sin embargo, culpar a quienes emigran sería injusto. La verdadera responsabilidad recae en un sistema que no ha sabido ofrecer condiciones para que sus ciudadanos se sientan seguros y realizados en su tierra. Colombia es un país de una riqueza cultural extraordinaria, desde la música y la gastronomía hasta la biodiversidad y la calidez de su gente. Pero estas virtudes no son suficientes para retener a quienes buscan un mejor futuro.
Se requieren políticas públicas que generen empleo digno, fortalezcan la educación y reduzcan las brechas sociales. El miedo y la desesperanza están ganando la batalla. Pero también es posible cambiar esta narrativa; hacer de Colombia un país en el que la juventud elija quedarse, no por falta de opciones, sino porque es aquí donde encuentran las herramientas para cumplir sus sueños.